QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 2ª ENTREGA
Ya no recuerdo ni la edad que tenía por aquel entonces. Sólo sé que, como siempre, que en cuanto ponía los pies en el pueblo; salía buscando a mi fiel amigo Guillermo. Se habían mudado de casa. Antes vivían en la Plaza Mayor, al fondo del todo. Dormía en un cuarto sin ventanas. Recuerdo que Pilar (su madre) me indicó la última vez que fui a su encuentro, donde estaba su alcoba y, me sorprendió lo oscuro que estaba todo; no se veía nada. Tuve que llamarlo para orientarme hacia dónde debía dirigirme. Ahora es diferente. Ellos viven a la entrada del pueblo, en la calle que atraviesa la Plazuela y, se llega ésta, has la misma Plaza Mayor superando todos los comercios y carnicería que yo visitaba; entre ellos la tienda de Mercedes, a la que más me gustaba ir. La casa nueva tiene un pozo y muchas ventanas; está rodeada de terreno cultivable; es grandísima. Incluso resguarda a las vacas y los caballos en una cabaña adherida a la vivienda. Aquel día salimos con una yegua y su potrillo. Nos dirigimos hacia el canchal, pero no llegamos a él; nos paramos en una cerca para abrirla y dejar que entraran las vacas. Al regreso dimos una galopada impresionante. Llegaron las bestias jadeando y bufando. Su piel sudorosa como la espuma me llamó la atención; jamás pensé que sus sudores tomarán esa característica presentación. Al pronto salió Víctor (su padre) y lo reprendió duramente, con amagos de zurrarle y, a mí, me largó una mirada que aún me duele.
Ya no recuerdo ni la edad que tenía por aquel entonces. Sólo sé que, como siempre, que en cuanto ponía los pies en el pueblo; salía buscando a mi fiel amigo Guillermo. Se habían mudado de casa. Antes vivían en la Plaza Mayor, al fondo del todo. Dormía en un cuarto sin ventanas. Recuerdo que Pilar (su madre) me indicó la última vez que fui a su encuentro, donde estaba su alcoba y, me sorprendió lo oscuro que estaba todo; no se veía nada. Tuve que llamarlo para orientarme hacia dónde debía dirigirme. Ahora es diferente. Ellos viven a la entrada del pueblo, en la calle que atraviesa la Plazuela y, se llega ésta, has la misma Plaza Mayor superando todos los comercios y carnicería que yo visitaba; entre ellos la tienda de Mercedes, a la que más me gustaba ir. La casa nueva tiene un pozo y muchas ventanas; está rodeada de terreno cultivable; es grandísima. Incluso resguarda a las vacas y los caballos en una cabaña adherida a la vivienda. Aquel día salimos con una yegua y su potrillo. Nos dirigimos hacia el canchal, pero no llegamos a él; nos paramos en una cerca para abrirla y dejar que entraran las vacas. Al regreso dimos una galopada impresionante. Llegaron las bestias jadeando y bufando. Su piel sudorosa como la espuma me llamó la atención; jamás pensé que sus sudores tomarán esa característica presentación. Al pronto salió Víctor (su padre) y lo reprendió duramente, con amagos de zurrarle y, a mí, me largó una mirada que aún me duele.