QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 3ª ENTREGA
No sé como sucedió. Quizás porque vivían al lado de mi hermana María y mi tío Isidro o porque, en las tardes de verano, se juntaban su padre (Fernando) con mi cuñado (Hipólito) a jugar la partida en una mesa que sacaban a la calle El Cantón. A pesar de ser una calle muy pronunciada en su pendiente, ellos cuadraban la mesa a un ras adecuado para dichas partidas; se sacaban el garrafón de vino o sus cuartillos de tinto propio. Esas uvas pisadas en casa y fermentadas en el lagar que debía tener Fernando. Era de un paladar algo dulzón pero que, en el menor descuido, te desequilibraba y “perdías la chaveta”. Sí, quizás fuera en esas tardes en las que yo asentaba la digestión observando sus partidas cuando conocí a la familia de “las cotorras”. Amelia (la esposa de Fernando) tenía tres hijas y un hijo que era el menor, al cual llamaban Fernando (como el padre). Magdalena se llama la hija mayor. Juani o Juana (si se prefiere) es la que le sigue en escala descendiente y, con un parecido físico increíble, será su otra hija, Rosi (Rosa) con la que más me lleve en trato. Pero todas ellas encantadoras contertulianas a pesar de una cierta timidez o introvertida psicología en la mayor.
Y, ahora, os contaré hasta que punto de amistad y afecto llegó esta relación que, todos los años, cuando yo llegaba me pasaba a saludarles y, en sabiendas de lo que me gustaban sus guisos de lentejas; Amelia me convidaba a comer ese estofado tan delicioso de estas legumbres. Y, reunidos en la mesa, nos contábamos cosas de aquí y de allá en un ambiente algo jocoso pero entrañable.
No sé como sucedió. Quizás porque vivían al lado de mi hermana María y mi tío Isidro o porque, en las tardes de verano, se juntaban su padre (Fernando) con mi cuñado (Hipólito) a jugar la partida en una mesa que sacaban a la calle El Cantón. A pesar de ser una calle muy pronunciada en su pendiente, ellos cuadraban la mesa a un ras adecuado para dichas partidas; se sacaban el garrafón de vino o sus cuartillos de tinto propio. Esas uvas pisadas en casa y fermentadas en el lagar que debía tener Fernando. Era de un paladar algo dulzón pero que, en el menor descuido, te desequilibraba y “perdías la chaveta”. Sí, quizás fuera en esas tardes en las que yo asentaba la digestión observando sus partidas cuando conocí a la familia de “las cotorras”. Amelia (la esposa de Fernando) tenía tres hijas y un hijo que era el menor, al cual llamaban Fernando (como el padre). Magdalena se llama la hija mayor. Juani o Juana (si se prefiere) es la que le sigue en escala descendiente y, con un parecido físico increíble, será su otra hija, Rosi (Rosa) con la que más me lleve en trato. Pero todas ellas encantadoras contertulianas a pesar de una cierta timidez o introvertida psicología en la mayor.
Y, ahora, os contaré hasta que punto de amistad y afecto llegó esta relación que, todos los años, cuando yo llegaba me pasaba a saludarles y, en sabiendas de lo que me gustaban sus guisos de lentejas; Amelia me convidaba a comer ese estofado tan delicioso de estas legumbres. Y, reunidos en la mesa, nos contábamos cosas de aquí y de allá en un ambiente algo jocoso pero entrañable.