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LAGUNILLA: PREJUICIOS SOCIALES Y DE CLASE EN LA ELABORACIÓN DE...

PREJUICIOS SOCIALES Y DE CLASE EN LA ELABORACIÓN DE LA IMAGEN DE LA BRUJA

El estudioso vasco Julio Caro Baroja, influenciado por las explicaciones psicosociales de Jules Michelet, pensaba que las brujas eran mujeres viejas que vivían al margen de la sociedad, en un entorno rural, despreciadas por sus vecinos, vivían aisladas y tenían unos conocimientos de curanderismo que ejercían mediante el empleo de plantas medicinales. Estas viejas no gozaban de compañía masculina, ni del amor de unos hijos, es decir, carecían de una familia, por lo que buscaban consuelo a su soledad en los paraísos artificiales que la flora europea les podía suministrar, como las solanáceas, entre las cuales destaca la belladona, el beleño y el estramonio, sin olvidar la mandrágora en la parte mediterránea. Estos alucinógenos les proporcionaban visiones extrañas, lo que actualmente llamaríamos "malos viajes", visiones sombrías, pero que constituían los únicos consuelos que podían obtener estas pobres mujeres de pueblo en la edad madura o en la vejez, personas que habían sufrido fracasos en la vida como mujer, amores frustrados o vergonzosos que las dejaban un complejo de culpabilidad, de deshonor, contra el que se rebelaban, recurriendo a poderes ilegítimos, el demonio de los cristianos. También Michelet afirmaba que las alucinaciones que sufrían estas desdichadas mujeres era la causa de que se imaginaran poseídas por Satanás y dotadas de poderes sobrehumanos.

Michelet, al principio creía que la brujería había sido la reaparición de la orgía pagana en un pueblo de siervos. Ciertamente, por aquí iba mejor encaminado. Después pensó que era la rebelión de la naturaleza humana contra la religión del terror y de la inquisición, la protesta de libertad contra el principio de muerte y de opresión, la primera manifestación moderna del espíritu de la naturaleza que había engendrado al paganismo, y que el cristianismo creía muerto. La humilde campesina de la Edad Media, que teme y respeta a su marido, ha conservado el recuerdo y el culto de los antiguos dioses de la comarca y de la familia. Ella se apiada de ellos y va de noche a la encina que los alberga, con el fin de consolarlos. La pobre sierva de la gleba, ultrajada por la gente del castillo, por pajes y escuderos, abandonada, termina entregándose en cuerpo y alma a Satanás.

Orgullosa de sus conocimientos ancestrales, encuentra en ellos y en su religión un refugio ante el mundo cruel que la atormenta. Ahora ella es la sacerdotisa de la gran naturaleza, el médico de esa sociedad que la ha proscrito. Ésta es su gloria. Y hasta el gran Paracelso llega a declarar siglos más tarde que sus conocimientos profundos del cuerpo humano los ha adquirido en el contacto con la "bella donna", “la buena señora”, “la comadrona” o matrae, para él afectuosos sinónimos populares de la bruja-médica-curandera que pone fin al dolor