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LAGUNILLA: QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 6ª ENTREGA...

QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 6ª ENTREGA
Ya tendría unos dieciséis años, por lo que sería en el año 1976; si no me equivoco, porque retornar en la memoria es algo complicado. En fin, dándolo por bueno, aquel verano estaban levantando las calles del pueblo y, quien más o quién menos, echaban lo que se viene a llamar: la peonada. Se trataba de reformar todas las calles. Quitar piedra y poner cemento o argamasa (no soy muy ducho en materias de construcción), el resultado es lo que todos disfrutamos ahora, cuando pisamos ese descansado suelo. La peonada, se entendía por las horas que cada convecino debía invertir en dicho proyecto como parte de su aportación a los gastos, en solidaridad a un beneficio común que, de no disponer de dinero, bien se podría paliar el débito con la mano de obra.
Nosotros no sé como lo hicimos, era asunto de mi padre; seguramente pagaría su parte y asunto zanjado. Entre los operarios se hallaba Guillermo, por lo que ese año mis aventuras se veían menguadas. Y no dejaba de cavilar cómo orientar mis pasos para que, tras pasar mis días de descanso, al regresar al Norte; poder llevarme algo especial de mi tierra. Eso era muy importante para mí.
Mi tío Juan y mi tía Petra, que vivían en la Plaza la Reina, me dejaban pernoctar en su casa; siempre que la casa de mis padres se llenaba de inquilinos, si no estaba con mis tíos su hija Margarita, me ofrecían una cama. Era una pequeña alcoba con un jergón muy mullido sobre el improvisado altozano oculto de la escalera. Un somier alineado me recogía el sueño desde una altura inusual. Tan alto descansaba que, al amanecer, cuando aún no había recuperado la memoria; me sorprendía en el aire cayendo desequilibrado, con mis torpes pies buscando el suelo. Y, tras tomar tierra, mi tía Petra me ofrecía un tazón de leche muy espesa con unas galletas larguísimas y polvoreadas de vainilla. La verdad que me mimaban y, si no fuese tan considerado un servidor, pues la situación me intimidaba y no me atrevía a llegar muy tarde a su casa, aquel verano habría sido el mejor. Me recogía no muy tarde porque ellos me vieran llegar y, cuando me veían en casa, aún me esperaban con una sopita de fideos y una pitanza con su blanquísimo pan.