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LAGUNILLA: QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 8ªENTREGA...

QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 8ªENTREGA

Recién licenciado llegué a casa desde Zaragoza. No había nadie. Todos se encontraban en Lagunilla (Salamanca) pasando el mes de Agosto. Dejé los pocos recuerdos que me traje del ejército, guardados en mi armario: una boina verde y un emblema de un machete laureado en hojas de roble con sus bellotas. También unas camisetas de colores verdes y azules más otras rojas que, al igual que las anteriores, iban timbradas con el logotipo de la compañía. Estaba pensando qué hacer cuando sonó el timbre. Ya me había bañado y mudado con vaqueros y una de esas camisetas rojas. Mi hermano Antonio era el único que quedaba por Navarra y, en vistas de que él no pensaba desplazarse a ningún sitio, me ofreció su coche para que me pudiera juntar con mis padres en el pueblo. Cosa que acepté encantado, sobre todo por la confianza que había depositado en mí, al darme las llaves de su vehículo.
El viajar en soledad es aburrido. La carretera se eterniza hasta el punto de un atroz cansancio. Y, además, no sé que le pasaba a este vehículo; cada vez que cambiaba de tercera a cuarta se salía la palanca de cambios. Este Renault la tenía frente al salpicadero (la llamaban de mano) ni que las otras fueran distintas. Cada “dos por tres” tenía que hacerme a un lado de la carretera, abrir el capó y reincorporar la palanca en su sitio. Temí no llegar a mi destino.
Ya en el pueblo tampoco encontré a nadie en casa. Se habían ido a pasar el día por ahí…de picnic, supongo. Es lo que más les gustaba hacer; eso lo tenía yo muy claro. En fin…dejé todo lo que llevaba en el coche y me di una vuelta. Aquel año la gente se congregaba frente a una cerrada explanada allá en el cerrillo. Vi, al acercarme, como auxiliaban a un joven inconsciente. Al parecer le había golpeado un novillo bravo que disfrutaban en aquella cercada plaza. Era de color cárdeno, chiquito pero bravío. Su cornamenta cortita no amedrentaba pero embestía que daba gusto. Yo salté dentro del ruedo. Sin ánimo de torear. Sólo para mostrar algo de hombría ¡Eh…! Pues como otros muchos más. Pero, mira mi mala suerte de ese día; que llevando al pecho prenda roja (mi camiseta), debió de fijarse en mí el bravo animal. Yo le entendí. Se venía seguro, de frente. Yo daba unos pasos cortos reculando. Sin perderlo de vista, mirándole a los ojos. Tropecé con un canto de piedra que se erguía en el suelo. Cay. Fue suficiente el movimiento para aquel fiero animal que, viéndose citado, corrió hacia un servidor a embestirle y, por obra del Santo en devoción; me pilló cruzando las piernas. Se enmarañó sus astas entre el aspa de mis extremidades inferiores y, a base de insistir, en una disputa de fuerzas; me hallé sentado, apoyado sobre mis manos a la espalda; el culo suspenso del suelo Y el belfo de su hocico animal, ya me transmitía su aliento. Así, de esa guisa, estuve un rato largo; lo suficiente para levantar algunas risas. Y nadie me salió al quite. Nuestras caras juntitas pasaron un “te quiero tanto”. Que, entre continuas risas, se apago el celo del cárdeno por mi persona y se abrió. Jamás me asusté tanto.
Pedro