QUÉ CERCA ESTÁ EL VERANO 9ª ENTREGA.
Capaces de organizar una fiesta, nos juntamos en casa de mis padres. Ya se habían ido del pueblo pero, no obstante, las fiestas continuaban. Tomé la receta navarra de cómo elaborar la sangría de los pipotes: mezcla de una parte de vino tinto, dos de gaseosa y azúcar, mucha azúcar. Es costumbre trocear unas manzanas y melocotones para unirlos al caldo que, con unas pintas de alcohol, se adultera el refresco. Y, sin dejar que sea muy fuerte, se macera hasta la hora de su consumo. Tenían mis padres un balde de cerámica, aquel que usaban para el mondongo; allí mismo depositamos dos litros de tinto y cuatro de gaseosas y, para que se endulzara el mejunje, un kilo de azúcar. Flotaban los trozos de melocotón pelado y la manzana desnuda en la superficie, señal de bueno y denso pero no añadimos alcohol, nos arrepentimos en el último momento. Hicimos la sangría y enchufamos la radio y casete. Música y alegría no faltaban. Algo olía a quemado, la voz musical se deformaba. Se averió la radio.
Qué importante es la música. Con el disgusto se fueron apagando los ánimos. Vimos que fue un despiste. No regulamos la radio y habíamos enchufado a una corriente de 220W un aparato adaptado a 125W. Y, para colmo no era nuestro; se lo prestaron sus padres a uno de los amigos que tenía la pena a flor de llanto. Buscamos ayuda por el pueblo y dimos con un técnico de aparatos. Y no mejoró el asunto, habíamos quemado la radio.
Me hice responsable y pregunté a sus padres el precio de la radio. No decían cuanto. Debió de ser muy antigua pues nadie apostaba por poner el precio y, en un arranque mío, solté cuatro billetes de mil. Lo dieron por bueno al fin. Ya nadie se acordaba de la fiesta, tan sólo uno de mis hermanos que, aunque no habitaba la casa, contó barbaridades inexactas de cuanto ahí hubo pasado.
Yo simplemente recuerdo las noches, aquellas noches durmiendo solo; entre temores de fantasmas de una inmensa casa que la habitaba un servidor con un valor inusual para, después de poner la cancela del portillo, ir apagando luces y cerrando puertas; sellando mi estancia a intrusos que bien podrían perturbar mi sueño.
Capaces de organizar una fiesta, nos juntamos en casa de mis padres. Ya se habían ido del pueblo pero, no obstante, las fiestas continuaban. Tomé la receta navarra de cómo elaborar la sangría de los pipotes: mezcla de una parte de vino tinto, dos de gaseosa y azúcar, mucha azúcar. Es costumbre trocear unas manzanas y melocotones para unirlos al caldo que, con unas pintas de alcohol, se adultera el refresco. Y, sin dejar que sea muy fuerte, se macera hasta la hora de su consumo. Tenían mis padres un balde de cerámica, aquel que usaban para el mondongo; allí mismo depositamos dos litros de tinto y cuatro de gaseosas y, para que se endulzara el mejunje, un kilo de azúcar. Flotaban los trozos de melocotón pelado y la manzana desnuda en la superficie, señal de bueno y denso pero no añadimos alcohol, nos arrepentimos en el último momento. Hicimos la sangría y enchufamos la radio y casete. Música y alegría no faltaban. Algo olía a quemado, la voz musical se deformaba. Se averió la radio.
Qué importante es la música. Con el disgusto se fueron apagando los ánimos. Vimos que fue un despiste. No regulamos la radio y habíamos enchufado a una corriente de 220W un aparato adaptado a 125W. Y, para colmo no era nuestro; se lo prestaron sus padres a uno de los amigos que tenía la pena a flor de llanto. Buscamos ayuda por el pueblo y dimos con un técnico de aparatos. Y no mejoró el asunto, habíamos quemado la radio.
Me hice responsable y pregunté a sus padres el precio de la radio. No decían cuanto. Debió de ser muy antigua pues nadie apostaba por poner el precio y, en un arranque mío, solté cuatro billetes de mil. Lo dieron por bueno al fin. Ya nadie se acordaba de la fiesta, tan sólo uno de mis hermanos que, aunque no habitaba la casa, contó barbaridades inexactas de cuanto ahí hubo pasado.
Yo simplemente recuerdo las noches, aquellas noches durmiendo solo; entre temores de fantasmas de una inmensa casa que la habitaba un servidor con un valor inusual para, después de poner la cancela del portillo, ir apagando luces y cerrando puertas; sellando mi estancia a intrusos que bien podrían perturbar mi sueño.
Hola Pedro, en 1967 yo ganaba 1300 ptas. imaginate lo que le diste, compraron uno nuevo, y les sobro para comprar los discos de Adamo, Raphael, Julio Iglesias, los Brincos Formula V Juan y Junior etc, jajajaja un poco y tambien te pongo Antonio Molina.
Con lo pequeño que te fuiste a Pamplona, me impresionan tus relatos, segun los leo, tengo que decirte que el pueblo te dejo marcado, pero para bien. Yo tambien vivi esas historias que cuentas, fue una etapa de mi vida muy bonita, tenia una pandilla muy grande de amigos y no te puedo decir cual era el mejor porque te engañaria, estabamos muy unidos, y muchos de ellos solo nos veiamos en la fiesta porque vivian en Francia.
Hay una cancion que dice: Que tiempo tan feliz que nunca olvidare...........
Con lo pequeño que te fuiste a Pamplona, me impresionan tus relatos, segun los leo, tengo que decirte que el pueblo te dejo marcado, pero para bien. Yo tambien vivi esas historias que cuentas, fue una etapa de mi vida muy bonita, tenia una pandilla muy grande de amigos y no te puedo decir cual era el mejor porque te engañaria, estabamos muy unidos, y muchos de ellos solo nos veiamos en la fiesta porque vivian en Francia.
Hay una cancion que dice: Que tiempo tan feliz que nunca olvidare...........