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LAGUNILLA: RAICES...

RAICES

Todas las mañanas me ponía un batín blanco, como el que usaban los demás alumnos de Hilarión Eslava, y me iba a clase. El colegio tenía dos entradas en la misma extensión de la calle. Eran fáciles de identificar porque los soportales estaban cercados por barrotes de hierro en lanzados como verdaderas picas. El entresuelo albergaba el cuarto destinado para la leña y el carbón y, a la izquierda de éste, dando acceso al aula de infantiles y los servicios, había que cruzar una gruesa puerta de pino que todos pasábamos para salir al patio de recreos. El corredor de la salida se enfrentaba con el de la otra estructura del edificio, al cual se accede por la otra puerta y que, al igual que el corredor, también guardaba las mismas simetrías de distribución. El edificio tenía tres alturas superiores donde se impartían clases de cursos comprendidos de primero en educación general básica hasta tercero en el ala derecha y, en el ala izquierda, del cuarto al sexto curso. Todos esos jóvenes varones de sendas alas, al salir al patio se liaban a pedradas los unos contra los otros; aún hay quien, ya en su madurez; se ha rapado al cero y muestra testimonios de aquellas olvidadas reyertas. Y no olvida el bando en el que se hallaba ni las maestras y maestros tan correctos en el trato como duros e impíos al aplicar medidas disciplinarias. Hubo días que nos lanzaban el borrador y, cuando no la campanilla que usaban para reclamar silencio; ni que decir de los inventos que algunos de nosotros hacía gala para, aún no se ha demostrado, reducir el daño infligido por los reglazos que nos daba Don Carmelo (un profesor de cuarto curso). En esas edades nuestras, todos éramos muy rebelde y, se decía que frotándose la mano con ajo, el dolor se sentía menos. También descolgábamos algunos más gallitos que jamás dábamos muestra del dolor que sentíamos y, como la ciencia se hizo para todos, el profesor nos invitaba a juntar los dedos y, sobre las yemas de ellos, nos golpeaba con la regla. Y, cual lejano estaba mi pueblo de todos estos años, pienso yo ahora. Aquellas infinitas imágenes de una viga por asiento, pobrezas y alegrías de tan longevos recuerdos.