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LAGUNILLA: RAICES...

RAICES

En aquellas fechas de mis ancestrales recuerdos no disponía el gobierno de unos centros públicos de enseñanza estables. Nos iban sorteando caserones de techumbres mal tejadas y era entretenido para los alumnos, cada vez que se filtraban goteras, ir con unos recipientes a salvar el aula de esa inundación. Sobre los pupitres y sobre el raso del suelo tintineaban latas y cubos al son de las incipientes lluvias distrayendo nuestra atención. Era gracioso y divertido.
Entregados por completo a la responsabilidad del cuidado de nuestros pupitres, nos habíamos provisto todos los alumnos de un trozo de cera y una bayeta que conservábamos celosamente para dicho fin. Había cierta competencia por el ánimo de tener más brillante, limpio y lustrado aquel mueble tan personal. Y no había ninguna otra recompensa que no fuera disfrutar del la fragancia de la cera que se entremezclaba, sobre todo en invierno, con los humos de la estufa de leña cuando tenía mal regulado el tiro de su latonada chimenea; esto sucedía prácticamente todos aquellos borrosos días de frío invernal.
Con el invierno encima, nuestras vidas fuera del colegio se tornaban algo tediosas y aburridas, sólo algunos de esos días despejados nos reuníamos en barrosos terraplenes para jugar al hinque, la “rayeta” (se trataba de practicar, sobre una raya en el suelo, unos tiros con piedras alisadas para procurar caer encima de ésta o lo más aproximado) o al pedrusco (cada jugador se hacía con una generosa piedra que usaba para cazar de una pedrada a la de los otros jugadores). Juegos de una infancia pobre si los comparamos con la que observamos en nuestros días de hoy.