Me acuerdo de esas maletas de madera, también de otras de cartón forrado; mis padres viajaban con los dos modelos de esas aparatosas maletas. Con las de madera nos golpeábamos las piernas algunas veces y dolían “un padre nuestro”. Servían de asiento cuando los trenes iban tan repletos que tomábamos diseminados, de la manera más posible, los angostos corredores del vagón; eran recorridos tortuosos por las formas y las horas que tardaban en llegar a nuestros destinos. Una verdadera aventura en la que sorprendía espontáneos viajeros que se lanzaban al cante para hacernos más ameno y distraído el trayecto. Algunas maletas selladas con cuerdas porque sus maderas, ya ajadas, no ofrecían muchas garantías se hacían ver por doquier y, en las horas punta, los viajeros de segunda clase, sacaban sus cochambrosas cazuelas o pitanzas y se ponían a comer con generosos ofrecimientos que pocas veces se complacían aceptar pero que se agradecía con una natural disciplina.
¡Qué bella foto, qué saludables recuerdos!
Saludos
¡Qué bella foto, qué saludables recuerdos!
Saludos