RAICES
Hay amistades que dejan mucha huella, este amigo y su círculo social transformó la mía por completo. Si a él le gustaba ir a misa, íbamos a misa y, en algunas ocasiones, también le incomodaba mi forma de vestir y, a regañadientes, fui mudando mi estilo. Sufrí un cambio muy notable; tanto en el perfil de indumentaria como en el intelectual. Cuando estuve en la milicia recibí un montón de cartas de él y de aquellas otras chicas que ya eran universitarias; de mis anteriores amigos, ningunas pero tampoco las esperaba. No quiero decir que ya no fueran amigos míos. No. Estos eran de otra casta, del hoy y ahora, nada de mañana; no les gustaba escribir pero siempre podías contar con ellos y pasar de quedar sin que se molestaran. Amigos y compañeros de cosas más sencillas de las que ahora me andaba.
Ya volví de la milicia y el amigo nuevo se marchó, me mandó una foto vestido de cabo 1º en la que se había dejado un mostacho como el presidente Aznar y, a pesar de mi intención, yo no le mandé tantas cartas como en su día recibí de él. Me sumergí en mis estudios de bachiller unificado polivalente (b. u. p.) mientras él, desde Toledo, preguntaba por aquellas guapas que ligamos en la piscina del barrio de la Chantrea. Fue un año muy largo y sucedieron muchas cosas.
A las mañanas cogía mi maletín y me lanzaba a la calle, tienda por tienda intentando vender unas piezas de jamones de york y otros embutidos de la casa Espina y a las tardes, después de comer, estudiaba hasta la hora de ir al instituto. Así día tras día hasta que entré en una carnicería cuyo dueño me conocía y, tras hacerme un pedido muy importante y elogiar mis actitudes como carnicero (adulaciones interesadas), intentó convencerme para trabajar para él. Me hizo una oferta bárbara, de la que sólo los tontos como yo desdeñan; pero en esta ocasión le pedí tiempo para pensármelo. Se trataba de muchísimo dinero.
Continuará…
Hay amistades que dejan mucha huella, este amigo y su círculo social transformó la mía por completo. Si a él le gustaba ir a misa, íbamos a misa y, en algunas ocasiones, también le incomodaba mi forma de vestir y, a regañadientes, fui mudando mi estilo. Sufrí un cambio muy notable; tanto en el perfil de indumentaria como en el intelectual. Cuando estuve en la milicia recibí un montón de cartas de él y de aquellas otras chicas que ya eran universitarias; de mis anteriores amigos, ningunas pero tampoco las esperaba. No quiero decir que ya no fueran amigos míos. No. Estos eran de otra casta, del hoy y ahora, nada de mañana; no les gustaba escribir pero siempre podías contar con ellos y pasar de quedar sin que se molestaran. Amigos y compañeros de cosas más sencillas de las que ahora me andaba.
Ya volví de la milicia y el amigo nuevo se marchó, me mandó una foto vestido de cabo 1º en la que se había dejado un mostacho como el presidente Aznar y, a pesar de mi intención, yo no le mandé tantas cartas como en su día recibí de él. Me sumergí en mis estudios de bachiller unificado polivalente (b. u. p.) mientras él, desde Toledo, preguntaba por aquellas guapas que ligamos en la piscina del barrio de la Chantrea. Fue un año muy largo y sucedieron muchas cosas.
A las mañanas cogía mi maletín y me lanzaba a la calle, tienda por tienda intentando vender unas piezas de jamones de york y otros embutidos de la casa Espina y a las tardes, después de comer, estudiaba hasta la hora de ir al instituto. Así día tras día hasta que entré en una carnicería cuyo dueño me conocía y, tras hacerme un pedido muy importante y elogiar mis actitudes como carnicero (adulaciones interesadas), intentó convencerme para trabajar para él. Me hizo una oferta bárbara, de la que sólo los tontos como yo desdeñan; pero en esta ocasión le pedí tiempo para pensármelo. Se trataba de muchísimo dinero.
Continuará…