ENTREGA EXTRA
¡Una tienda de chinos! El bazar de los milagros, un oasis en medio de un desierto de penas y calamidades. Nunca me habría alegrado tanto de encontrar una tienda de esas, de las que madrugan y nunca se acuestan; “trabajar igual que un chino”, es una apología digna para un pueblo tan disciplinado y entregado al trabajo como este del mundo asiático.
Llamé a mi hermano para decirle que ya, que estaba dispuesto para acudir al vermú:
- ¿Dime, dónde; cómo que no viene, por qué? ¡Ahora me paso por El Cerro y me presento con ella! ¿Pero…? ¡Bueno, a las once; en casa de Manuel, hecho, ahí te esperamos!
No tardamos nada en dejar los bártulos en El Cerro y procurar convencer a Purificación para bajar a Lagunilla pero su rotundo no y, el ya iré a la tarde al pregón, fueron las últimas palabras que nos hicieron desistir. En cuatro suspiros nos llegamos y, sin un respiro, beso va y beso viene. Nos querían sentar a la mesa para darnos un desayuno o, por la hora, el almuerzo. En la calle Salas Pombo aún se barruntaba la fiesta de la noche anterior en algunos trasnochados que paliaban sus resacas al sol y también, desde el balcón, la viuda de Juan se quería sacar las dudas y me preguntaba: ¿tú eres Pedro, verdad? Y tras una afirmación mía ella se disponía a bajar y bajó, me beso en ambas caras, yo le di el pésame por la pérdida de su esposo y nos dimos en recordar el pasado, aquellas estampitas que nos deja el recuerdo de los alegres rasgos de una cara y sus costumbres más preciadas.
- ¿Conocen algunos de ustedes a un señor de unos noventa años que se llama Damián Pineros o algo así, tiene familiares en Argentina…? Aproveché la oportunidad.
Y, inesperada mente, mi hermano me alerta: ¡Mira, pero si acaba de pasar delante nuestra! Nos volvimos a la boca calle estirando la mirada y, a pesar que yo forzaba la vista, sólo mi hermano lo identificaba. Y, viendo que ya se hallaba lejos, me propuso ir luego a su casa; pues vivía junto al colegio en la misma extensión de nuestra calle, junto a la carretera que atraviesa el pueblo.
- ¿Sabías que era muy amigo de padre? Confesó mi hermano y, viendo que aguzaba yo el oído continuó:
-Padre y él trabajaban juntos y se cambiaban siempre el pan del almuerzo.
- ¿Qué me dices, por qué?
Al señor Damián le gustaba el pan que hacía madre y le proponía que nuestro padre se comiera el de la tahona suyo, se tornó en una costumbre tan continuada que caló una gran amistad.
- ¡Qué interesante para alguien que yo me sé! Afirmé.
¡Una tienda de chinos! El bazar de los milagros, un oasis en medio de un desierto de penas y calamidades. Nunca me habría alegrado tanto de encontrar una tienda de esas, de las que madrugan y nunca se acuestan; “trabajar igual que un chino”, es una apología digna para un pueblo tan disciplinado y entregado al trabajo como este del mundo asiático.
Llamé a mi hermano para decirle que ya, que estaba dispuesto para acudir al vermú:
- ¿Dime, dónde; cómo que no viene, por qué? ¡Ahora me paso por El Cerro y me presento con ella! ¿Pero…? ¡Bueno, a las once; en casa de Manuel, hecho, ahí te esperamos!
No tardamos nada en dejar los bártulos en El Cerro y procurar convencer a Purificación para bajar a Lagunilla pero su rotundo no y, el ya iré a la tarde al pregón, fueron las últimas palabras que nos hicieron desistir. En cuatro suspiros nos llegamos y, sin un respiro, beso va y beso viene. Nos querían sentar a la mesa para darnos un desayuno o, por la hora, el almuerzo. En la calle Salas Pombo aún se barruntaba la fiesta de la noche anterior en algunos trasnochados que paliaban sus resacas al sol y también, desde el balcón, la viuda de Juan se quería sacar las dudas y me preguntaba: ¿tú eres Pedro, verdad? Y tras una afirmación mía ella se disponía a bajar y bajó, me beso en ambas caras, yo le di el pésame por la pérdida de su esposo y nos dimos en recordar el pasado, aquellas estampitas que nos deja el recuerdo de los alegres rasgos de una cara y sus costumbres más preciadas.
- ¿Conocen algunos de ustedes a un señor de unos noventa años que se llama Damián Pineros o algo así, tiene familiares en Argentina…? Aproveché la oportunidad.
Y, inesperada mente, mi hermano me alerta: ¡Mira, pero si acaba de pasar delante nuestra! Nos volvimos a la boca calle estirando la mirada y, a pesar que yo forzaba la vista, sólo mi hermano lo identificaba. Y, viendo que ya se hallaba lejos, me propuso ir luego a su casa; pues vivía junto al colegio en la misma extensión de nuestra calle, junto a la carretera que atraviesa el pueblo.
- ¿Sabías que era muy amigo de padre? Confesó mi hermano y, viendo que aguzaba yo el oído continuó:
-Padre y él trabajaban juntos y se cambiaban siempre el pan del almuerzo.
- ¿Qué me dices, por qué?
Al señor Damián le gustaba el pan que hacía madre y le proponía que nuestro padre se comiera el de la tahona suyo, se tornó en una costumbre tan continuada que caló una gran amistad.
- ¡Qué interesante para alguien que yo me sé! Afirmé.
Realmente es una cita con el pueblo y como lo relatas... es una descripciòn tan buena se me llenan los ojos de làgrimas de la emociòn... ya me imagino a mi tìo Damiàn Peral por la carretera uno de los tantos entrañables y queridos personajes mayores de Lagunilla. Se me ocurre que tal vez el Ayuntamiento debiera hacerles una suerte de reconocimiento a estas personas mayores que estàn como guardando o como vigìas de nuestro pueblo.. deben ser no muchos los que van quedando enteros de esa edad. Que suerte que te tenemos Pedro para cronicar estos cotidianeidad que amamos... Realmente a fuerza de tanto remarla en el Foro y tal vez sin quererlo te has convertido en un nexo casi vital para mantenerlo... con afecto ¡te esperamos pero contanos todooooo ¡