Una última sonrisa de ellos quedó a nuestras espaldas y, mientras retornábamos hacia la nuestra casa, mi hermano Manuel, me hacía copartícipe de otros nuevos conocimientos y yo, muy atento, mis oídos le prestaba.
-La señora María, la hermana de Damián vivía en Salamanca. Se casó con un primo nuestro que se llamaba Jesús Gallardo; era primo segundo nuestro, tiene un hermano que se llama Millán -.
Yo no entré en preguntas, me limité a pensar en hacer una visita a mis amigos de Madrid. Ellos vienen todos los años a la casita que tienen en la calle que dobla la Plaza Mayor, al lado (pared con pared) a la que fuera la casa de mi hermana Urbana; de ahí que nos hiciéramos tan amigos en la infancia. Solía, su madre, convidarme a comer siempre que hacía lentejas; pues sabía que esas legumbres yo las adoraba; y más si no les faltaban sacramentos como el chorizo u el tocino aquel que nunca desdeñaba. Pero… al pasar frente a la Calle Mayor, me acordé del aceite elaborado en frío y me acerque a la tienda de Mónica. Me reconocieron enseguida y, entre un barullo de gente, se acercaron a estrecharme la mano el señor mayor y una joven con sonrisa bella; fuera del mostrador se hallaba Mónica en un arduo trajín, pero no le impidió darme dos besos y reprenderme jocosa; pues algo debí escribir en el foro que, no mucho, pero debió ponerla molesta. Aunque más lo veo un pretexto de escusa porque se mostró de lo más cariñosa y agradecida, destacando del entorno servicial un cálido sabor a fiesta. La tienda estaba repleta. Cuatro euros, costó ese aceite, el más rico de mi tierra y, para ello hubo de compararse con el de Jaén porque iba mi esposa un tanto celosa; pues se comparaba las olivas de unas tierras y otras. ¡Ganó la que un servidor quiso, la nuestra! Ya, para aquel consuelo, sólo compré una botella; porque mi suegro trae de Jaén todos los años un palé de aceite del sur y nos abastecemos de ella. Sólo tenemos que bajar de casa y entrar en nuestra bajera para que no nos falte de ésta. Y… otra vez dos besos, unos apretones de manos; un adiós para el recuerdo, un sentimiento profundo de afecto.
-La señora María, la hermana de Damián vivía en Salamanca. Se casó con un primo nuestro que se llamaba Jesús Gallardo; era primo segundo nuestro, tiene un hermano que se llama Millán -.
Yo no entré en preguntas, me limité a pensar en hacer una visita a mis amigos de Madrid. Ellos vienen todos los años a la casita que tienen en la calle que dobla la Plaza Mayor, al lado (pared con pared) a la que fuera la casa de mi hermana Urbana; de ahí que nos hiciéramos tan amigos en la infancia. Solía, su madre, convidarme a comer siempre que hacía lentejas; pues sabía que esas legumbres yo las adoraba; y más si no les faltaban sacramentos como el chorizo u el tocino aquel que nunca desdeñaba. Pero… al pasar frente a la Calle Mayor, me acordé del aceite elaborado en frío y me acerque a la tienda de Mónica. Me reconocieron enseguida y, entre un barullo de gente, se acercaron a estrecharme la mano el señor mayor y una joven con sonrisa bella; fuera del mostrador se hallaba Mónica en un arduo trajín, pero no le impidió darme dos besos y reprenderme jocosa; pues algo debí escribir en el foro que, no mucho, pero debió ponerla molesta. Aunque más lo veo un pretexto de escusa porque se mostró de lo más cariñosa y agradecida, destacando del entorno servicial un cálido sabor a fiesta. La tienda estaba repleta. Cuatro euros, costó ese aceite, el más rico de mi tierra y, para ello hubo de compararse con el de Jaén porque iba mi esposa un tanto celosa; pues se comparaba las olivas de unas tierras y otras. ¡Ganó la que un servidor quiso, la nuestra! Ya, para aquel consuelo, sólo compré una botella; porque mi suegro trae de Jaén todos los años un palé de aceite del sur y nos abastecemos de ella. Sólo tenemos que bajar de casa y entrar en nuestra bajera para que no nos falte de ésta. Y… otra vez dos besos, unos apretones de manos; un adiós para el recuerdo, un sentimiento profundo de afecto.