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LAGUNILLA: ¡La Plaza Mayor está animada! Mesas que recogen a sus...

¡La Plaza Mayor está animada! Mesas que recogen a sus primeros clientes con sus refrigerios, cervezas; vermú y platicos de tapeo. Unos callos humeantes despiertan mi interés, lo noto en mis tripillas golosas que saben de ello. Pero quedan postergados para un luego y bajamos la plaza hasta el final, donde llama mi atención la antigua casa de Guillermo Sánchez “pocholo”. Aún cerrada a cal y canto, azul grisón; fosco color mateado aquel hierro. Y la memoria me recupera anécdotas de su interior silencio. Ya, por el rabillo del ojo, advierto que nos observan desde la acera dudosos habitantes que han puesto su interés en nuestro recorrido; queriendo con ello adivinar si somos de unos o de otros, es lo más normal. Y desde la misma calle nos llegan murmullos de la charla que se está librando en la casa de mis amigos. Irrumpo con mi cabeza, atravesando los bolillos de la persiana con un ¡quién vive aquí! Y todos son sorprendidos en un lapsus de silencio y, al pronto me reconocen, sus sinceros ojos delatan alegría extrema y, en una exclamación grotesca, saltan a nuestros brazos con un fervor y una entrega primorosa, haciendo alarde de buenos anfitriones.
- ¡Tomad asiento! - Demanda Teresa madre y la hija, Teresa también, se levanta para presentarnos a su pareja; Juan se precipita en abrir y poner botellines de cerveza sobre la mesa proponiendo también los vasos.
- ¿Sabéis? Pedro nos llevaba de chicos a correr y a romper piedras y palos con la mano. - Me descubría a todos en sus recuerdos y alegatos al son que se creaban corros de conversación entre todos nosotros.
-Teresa ¿te acuerdas cuando nos conocimos? Te saqué a bailar y casi nos hacemos novios; pero apareció tu hermano en nuestras vidas y se troncó en la amistad que hoy nos tenemos… ¡este jodido Juan!-
- ¡Sí!- asintió con los ojos brillantes y bellos que su padre le dio y con una pizquita de picardía cómplice hacia aquellos años en los que sólo nuestras miradas hablaban de tan graciosa traición. ¡Ay, cuanto amor secreto se fue transformando en una fuerte amistad; sería la distancia, los kilómetros quizás, los culpables de estas penas del alma que, a los que se encuentran en mi pueblo, los envuelve y embruja tan dulcemente para robarle la pasión.
Suena el móvil de Manuel. Es Ángel que nos busca en la plaza. Nos despedimos y partimos sobraos de alegría y emoción por esta velada tan grandiosa y, en última instancia, nos recordamos ciertos compromisos que acabamos de contraer.
¡Ya te mandaré un correo Teresa y, tranquilo Juan, que te pondré esa publicidad por Pamplona; haber si se nota y te entran gentes en la página.
Fue salir a la plaza y allá topamos con Ángel, nos sentamos en una mesa del bar Salud para cumplir con la tradición festiva y, al amparo del buen comer y beber, nos trajeron los refrescos que se pidieron y unos sabrosos callos sin pan, sin pan… alguna otra vez me hubiera molestado pero hoy me hallo a dieta y, refunfuñando por el detalle, los probé y dimos cuenta de ellos sin zozobrar la fiesta. Mostré el aceite de nuestro pueblo a la foto que, más tarde y en esa mesa, quise yo que se hiciera. Y de ahí nos levantamos y llevamos nuestras posaderas a otro apartado bar de una prima que, mis hermanos, llamaron de el Obispo y pasando delante de dos morenas que hablaban en la barra, mi hermano Ángel me susurró al oído que ahí estaba Asunción, que era una de ellas y, yo no caía en cuenta, pues Asunción es su hija mayor que es rubia y allá sólo las había morenas pero… ¡qué demonios! Me dije, si es La Rubíaca ella. Y le entré a saludar y, no sabiendo de qué, torpe y pedante hablamos de platos y recetas que, por tenerlos en novedoso su bloc, parecía buen tema; pero seguro, bien seguro, que otro habría sido el mejor; son las cosas del pronto, a veces no se acierta y se nos va de las manos la mejor ocasión. Todo fluye al azar y con una pizca de prisas en el pueblo. Así como nos vimos se despidió y partió a sus compromisos y, al igual, quedé yo.