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LAGUNILLA: Al acercarme a la mesa volví a saber del señor Damián...

Al acercarme a la mesa volví a saber del señor Damián que se estaba tomando algo en la misma barra de ese bar. Lo observé desde mi mesa y, por no comprometerle, esta vez no me acerqué a él. Ya se echaba la hora de comer y decidimos retornar al Cerro.
Tras comer un frugal menú de verano, muy bajo de calorías, y abundante ensalada; nuestras mujeres se retiraron a tomar una siesta y nosotros (“El Baila” y un servidor) nos lanzamos a la aventura sobre el vehículo de tracción a las cuatro ruedas. Nos fuimos a conocer los Heladeros y Los horcos, Paso Malo; también la buitrera y el pizarral, divisamos desde un alto todo El Risco, las tierras que un día fueron nuestras y también aquellos quinientos olivos y pico ya vendidos; un reflejo del pasado. Me habló mi hermano de la poza que se ocultaba bajo un verde y frondoso vegetal, en la que me salvó la vida una vez siendo yo un bebé de dos añitos; era allá mismo, en El Risco. Al descuido de mi madre que tendía la ropa y, la simple curiosidad innata, me llevó hacer uso del tajo donde ella se arrodillaba; con tan mala suerte que éste cedió y caí de bruces al agua siendo presa inmóvil de las piernas que se trabaron en el dichoso tajo y sumergió al fondo mi cabeza. Debió alertarle el burbujeo del agua y corrió hasta elevarme por las piernas.
- ¡Parecías un sapino! –Reía. - Y al mismo orillo de esa franja verde se oculta la caseta que, desde aquí, tampoco se puede ver; tendríamos que acercarnos a ella. Y hay un terruño que era del hermano que tiene madre en Argentina, creo que se llama Antonio, fue el tío Feliciano un año a verlos y, cuando vino de América lo cercó todo y se gastó un dineral en apartar la maleza. Ahí metió máquinas y un montón de material que jamás lo verá amortizar. Algunas ocasiones que voy a verle al pantano me ruega que le eche una mirada, pero ellos ya no suben a Lagunilla para nada, ni siquiera a la casa que tienen en La Plazuela; los hijos tampoco. Para unos ciruelos y poco más que da el huerto, ni se molestan.
- ¿Dónde está La fuente de la Víbora? Pregunte sintiendo su presencia; pues aquel terreno árido de lascas, tomillos, jaras y brezos en pleno altozano soleado así me lo indicaba.
- ¡Eso…eso está ahí mismo! -Y me indicaba con su dedo una loma que ascendía al otro lado de Los riscos.
- Desde aquí casi se ve ¿ves aquel ronzal de piedras? Un poco más abajo hay un cachillo de saliente de ella, ahí donde se quiere marcar un sendero. – No sabría estar seguro si yo miraba donde él, pero sí vislumbré algo parecido a un tramo de ese pilón y, lo que si quedó muy claro; allí era dónde se hallaba.
Sobre ruedas y entre pinares accedimos al puesto de vigilancia, lo que aquí se llama la “emisora de la vava o baba”; aún no he salido de esa duda. En aquellos minutos que estuvimos arriba, saqué unas fotos a la torre y, el vigía que era primo tercero para nosotros (Flores se llama) se echó para adentro por no salir fotografiado. En tramontana, los olivos de La serranilla ardían. Pero aquí… desde este alto de nuestra extraordinaria excursión, se respira un aire que nos avitualla de energía, rico en frescura hasta embriagar.