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LAGUNILLA: ¡Ya van pasando las horas! Miraba el reloj mientras...

¡Ya van pasando las horas! Miraba el reloj mientras nos alejábamos de la emisora de la va, va y nos dejábamos caer por el angosto camino de Paso Malo en Los Heladeros.
- ¿Dónde fue que hallaron al padre de nuestro primo Teodoro muerto, el señor Felipe Hernández en 1951? aproveché la ocasión y el lugar que ahí se me brindaban. Él estiró el brazo e indicó con inexactitud:
-Más o menos por algún sendero que iba ahí, más abajo. Ahora esto ha cambiado mucho y han desaparecido algunos cachos de caminos.
¡Ahora te voy a regresar por otro sitio distinto, vamos a entrar por el rebollar! – Se le notaba entusiasmado de su generosa entrega para conmigo; tengo que reconocer que soy muy afortunado contando con un hermano así.
Y, al pronto, nos vimos entre rebollos y helechos, senderos que se cruzaban y de los que advertí que él los distinguía muy bien. Algunas cabañas esporádicas aparecían en los recodos de algunos llanos pastizales.
¡Mira ese cordero chiquitín que se ha quedado fuera de la empalizada puerta! Advertí.
- ¿Paro y lo coges? Para cenar esta noche, je, je,… Reímos la broma. Y, de una manera amena, me explicaba que esa zona era pública y que se acostumbraba dejar hacer casetas para el ganado. En fin, que solían juntar allí las majadas para hacer noche y, tras un remeneo de baches, aparecimos a las puertas de nuestra prima segunda Juana López Garrido (la que me facilitó las fotos de mis bisabuelos en la anterior visita al pueblo), la madre de Flores; el que acabábamos de ver arriba en la emisora.
- ¡Tengo una sed terrible! Exclamó Ángel.
- Y yo también, vamos a parar en algún bar.
-No. Vamos a El Cerro.
A una velocidad temeraria nos íbamos acercando y superando Mata Santana y Torreta. Yo no soltaba el asidero que me permitía viajar con menos remeneos y tragaba saliva; rezaba para que no se nos cruzara nadie por la carretera. Y ya no quería ni proponerle que fuese más despacio porque cada vez que él advertía mi temor se reía y me torturaba con su habilidad en estos recodos de la calzada que, el mismo diablo, parece ser cómplice de ellos. Paramos enfrente del hogar de jubilados, recuerdo que ahí se reunían para cobrar la pensión todos los meses del año aquellas personas que no podían presentarse en Béjar. Dejó el vehículo orillado y entramos sedientos.
- ¡Dos cafés con mucho hielo! Solicitamos al pronto que el joven camarero se disponía a preguntar. Y yo no dejé que él pagara. Tampoco después, cuando pedimos unos chupitos de aguardiente con hielo; el mío doble, a las finas hierbas. Algunos habitantes se acercaron a preguntarle si yo era hermano; por el extraordinario parecido, decían. Y, en una mesa, fuera del bar, también nos hicieron la misma pregunta y se bromearon ellos de otras cosas. Al parecer, uno de los allí presentes, catalán para más señas, nos confesó su actividad de cobrador del frac y, entre las muchas risas, la custodia que le dieron hasta que el moroso pagó.
Nos desplazamos a otro lugar muy solariego y ya cambiamos a cervezas. No me dejó pagar y tras esas cervezas vinieron otras que pagaron unos conocidos de mi hermano y, como suele suceder, las charlas y cuentos, dime y diretes nos entretuvieron hasta las siete. Y nos fuimos para casa dejando el coche donde estaba porque el alcohol ya daba muestra de su presencia.
Subimos despacio las escaleras para no despertar a nuestras mujeres pero no las hallamos en la casa.
- ¡Mira las que tenían sueño! Reclamé estupefacto mientras salíamos de nuevo a la calle para buscarlas. Y, debieron de oírme ellas, rompiendo en risas que se hacían perceptibles sobre nuestras cabezas y que, de no ser por la media cogorza que llevábamos, bien las habríamos visto si hubiéramos mirado en el balcón. Volvimos a subir y nos recibieron muy jocosas y lozanas ellas. Mi esposa lucía un pijama marinero que no se lo había visto hasta ahora y, sobre ello fue la velada mientras nos tomábamos un pacharán, el que le había traído con dos chistorras. Estábamos dando tiempo a la cena y, el reloj miserable y roñoso, se negaba andar de prisa; lo suficiente como para satisfacer los deseos de encontrar mi gente, mi pueblo mi epopeya.