Están anunciando un próximo descanso de la orquesta, nos levantamos para dar unos últimos remeneos a un ritmo muy cachondo. Una joven señora, muy guapa ella, me saluda y se presenta como Chari; pero la música y esa canción que está sonando no permite mantener la conversación sosegada y apenas cambiamos unas pocas palabras, muy pocas pero con un sabor acogedor. Charí no tiene muchas entradas al foro pero está claro que sí lo lee casi a diario por ese gesto tan de agradecer, al haberse presentado. Estos gestos continuados de las gentes del foro me han dado ilusión y mucho ánimo; pues ya sabéis lo duro que es mantenerlo activo en algunas fechas en las que muy pocos escribimos.
Nos paramos en la terraza de una churrería que encontramos a la salida del Vallejo la Mata, ya en el chaflán de la carretera a Valdelageve y la entrada a la calle El Emigrante. Unos chocolates acompañados de churros nos entretuvieron un buen rato. Rosa, nuestra rosa, también se dejó caer por la churrería. Ya se nos iban quitando las ganas de bailar y nos adentramos en el pueblo buscando dónde echar unas copas o unos cafés. La gente con niños pequeños se recogían ya para sus casas y, en Plaza Mayor no se sentía la fiesta. Subimos hacia Salas Pombo y nos sentamos en la terraza del bar Feliciano a pesar de unas sutiles corrientes frías que salían de la noche, ya serrana. Con los cafés sobre la mesa y uno ducados negros ahumábamos las risas y el ánimo de contar chistes malos por resistirnos a ir a nuestras camas.
A la mañana siguiente nos dimos prisa en ponernos elegantes para la misa y la procesión. Sentados en la puerta de nuestros ancestrales pasados vimos pararse con nosotros un rato a Pedro: hijo de Flores y Juana, uno de los primos Garridos que se familiariza con los “chaparritas” (el ahijado de mi madre). Le dimos recuerdos para todos y salió con algo de prisa. De la puerta de nuestra vecina Avelina y Paco sale su hijo Manolo, el pequeño de la casa creo. Y hablamos un rato de cosas ceñidas a los recuerdos de la imagen que guardo de él pero, en conclusión, recordaba más a su hermana Isabel de verla con el bastidor de costura a las puertas; pregunté por ella.
Llegamos a las puertas de la iglesia y algunos no quisieron entrar, pasamos los que solemos cerrar la fiesta con estos rituales sacros. Nos sentamos cerca y nos extraño por la hora que hubiese tales sitios libres. El Gordo, aquel señor que me presentó al alcalde, me dio un toque; pronunció mi nombre al pasar junto a mí y se juntó con otros que estaban organizando la salida de la santa Asunción y el conveniente palio.
Nos levantamos para seguir el recorrido y, en el pórtico nos esperaba un gran gentío ya dispuesto a él. Plegarias y rezos seguían tras la Patrona y nosotros más atrás, bastante más atrás; andaban deprisa y, en cada boca calle se nos unía más gente. Regresamos al templo que ya estaba lleno de feligreses y nos subimos al coro, al lado de éste estuvimos; viendo dirigir esas voces que llegaron a ser angelicales y gratamente modernas. Termino su actuación con un ¡Olé olé a la Virgen le vengo a cantar! Impresionante, con tonos de sevillanas y una letra tan devota que arrancó los aplausos de casi todos los allí presentes y una forzada sonrisa de don Pedro, el párroco que oficiaba. Desde la altura en la que me encontraba pude reconocer a Asunción, nuestra Rubiaca, orillada junto a la pared de entrada, celebrando su santo y a su Patrona.
Y con esta entrega termino en la calle, junto a mi pueblo; celebrando y tomando tapas, vermú y, lo más importante para mí; su grata compañía.
Muchos besos para todos.
Nos paramos en la terraza de una churrería que encontramos a la salida del Vallejo la Mata, ya en el chaflán de la carretera a Valdelageve y la entrada a la calle El Emigrante. Unos chocolates acompañados de churros nos entretuvieron un buen rato. Rosa, nuestra rosa, también se dejó caer por la churrería. Ya se nos iban quitando las ganas de bailar y nos adentramos en el pueblo buscando dónde echar unas copas o unos cafés. La gente con niños pequeños se recogían ya para sus casas y, en Plaza Mayor no se sentía la fiesta. Subimos hacia Salas Pombo y nos sentamos en la terraza del bar Feliciano a pesar de unas sutiles corrientes frías que salían de la noche, ya serrana. Con los cafés sobre la mesa y uno ducados negros ahumábamos las risas y el ánimo de contar chistes malos por resistirnos a ir a nuestras camas.
A la mañana siguiente nos dimos prisa en ponernos elegantes para la misa y la procesión. Sentados en la puerta de nuestros ancestrales pasados vimos pararse con nosotros un rato a Pedro: hijo de Flores y Juana, uno de los primos Garridos que se familiariza con los “chaparritas” (el ahijado de mi madre). Le dimos recuerdos para todos y salió con algo de prisa. De la puerta de nuestra vecina Avelina y Paco sale su hijo Manolo, el pequeño de la casa creo. Y hablamos un rato de cosas ceñidas a los recuerdos de la imagen que guardo de él pero, en conclusión, recordaba más a su hermana Isabel de verla con el bastidor de costura a las puertas; pregunté por ella.
Llegamos a las puertas de la iglesia y algunos no quisieron entrar, pasamos los que solemos cerrar la fiesta con estos rituales sacros. Nos sentamos cerca y nos extraño por la hora que hubiese tales sitios libres. El Gordo, aquel señor que me presentó al alcalde, me dio un toque; pronunció mi nombre al pasar junto a mí y se juntó con otros que estaban organizando la salida de la santa Asunción y el conveniente palio.
Nos levantamos para seguir el recorrido y, en el pórtico nos esperaba un gran gentío ya dispuesto a él. Plegarias y rezos seguían tras la Patrona y nosotros más atrás, bastante más atrás; andaban deprisa y, en cada boca calle se nos unía más gente. Regresamos al templo que ya estaba lleno de feligreses y nos subimos al coro, al lado de éste estuvimos; viendo dirigir esas voces que llegaron a ser angelicales y gratamente modernas. Termino su actuación con un ¡Olé olé a la Virgen le vengo a cantar! Impresionante, con tonos de sevillanas y una letra tan devota que arrancó los aplausos de casi todos los allí presentes y una forzada sonrisa de don Pedro, el párroco que oficiaba. Desde la altura en la que me encontraba pude reconocer a Asunción, nuestra Rubiaca, orillada junto a la pared de entrada, celebrando su santo y a su Patrona.
Y con esta entrega termino en la calle, junto a mi pueblo; celebrando y tomando tapas, vermú y, lo más importante para mí; su grata compañía.
Muchos besos para todos.