OBJETO DE LA PRESENTE OBRA
Toda persona adulta ejerce sobre sí misma una influencia.
A la vista del ambiente que le rodea y de la necesidad que siente, se impone a sí misma una ley, una norma, una marcha, una conducta.
Si las orientaciones que recibió en la infancia -edad educadora por excelencia- son firmes y seguras, se encontrará con una base firme y segura también, de tanta eficacia a lo largo de su vida como lo fue en la primer edad que la recibió.
Pero si esas orientaciones fueron medianas o nulas, merced a una educación incompleta, escasa o tal vez absurda y contraproducente, la influencia que esa persona adulta pueda ejercer sobre sí misma será, indudablemente, mediocre, escasa, nula o absurda y contraproducente, porque, en realidad, la edad adulta es un reflejo de lo que fue la infancia, de la formación y educación que el ser humano recibió en sus primeros años.
La infancia y adolescencia perdidas, malgastadas o poco aprovechadas es cosa muy triste no sólo para el sujeto que la padece, sino para la sociedad en que él vive, porque forzosamente esa sociedad tendrá que resentirse de que sus miembros no estén debidamente preparados para vivir dentro de ella.
Vamos a empezar este diccionario con lo que llamamos:
ABUSO
A la gran obra divina, la sublime y hermosa NATURALEZA, de la que hemos abusado hasta llegar a contaminarla. Con ella, al mismo tiempo y por la misma causa, a nuestra pobre y caduca naturaleza humana.
Abusar es valerse excesivamente de algo o de alguien.
Si abusas para que abusen de ti eres tonto. Si abusas para medrar a costa de los demás, estando vigilante para que nadie abuse de ti, eres malo.
Jamás te pesará no haber abusado de nada ni de nadie.
El abuso es siempre voluntario. Nadie nos mandará abusar, y si lo hicieran no habría obligación de obedecer.
Despues de abusar de lo que sea, queda un mal sabor de boca, moral y materialmente hablando; una incertidumbre, una pena, un temblor, una inquietud directamente proporcional al abuso cometido.
No abuses de nada, y todo, hasta la vida, te durará largamente.
El mundo moral, como el material, se ve constante e inconvenientemente usado; es decir, utilizado abusivamente.
No podemos abusar de la bondad de las gentes creyéndolas tontas o de poco criterio.
Tampoco podemos abusar de la magnanimidad humana, aunque se trate de personas pudientes, pródigas y despilfarradoras.
El abuso lleva a la enemistad, a la relajación, al descrédito.
El abusón, aunque se entrometa en todas partes, tiene pocos amigos.
Al abusón, si se le soporta en algunas ocasiones no es sin echarle en cara su fea y egoista actuación.
Todo lo que sea hacerse con algo en contra de la voluntad de su dueño o valiéndose de la ignorancia del mismo, esto es, engañándole, entra en la categoría del abuso. Y esta clase de abusos muchas veces suelen ser punibles y dignos de prisión.
Analizando un poco esta cuestión veremos con facilidad que todo abuso o exceso constituye pecado.
Abuso es todo pecado, ya que pecado es salirse del recto uso de las personas y de las cosas.
Incluso no podemos abusar de la paciencia del prójimo hasta llegar a impacientarlo.
Toda persona adulta ejerce sobre sí misma una influencia.
A la vista del ambiente que le rodea y de la necesidad que siente, se impone a sí misma una ley, una norma, una marcha, una conducta.
Si las orientaciones que recibió en la infancia -edad educadora por excelencia- son firmes y seguras, se encontrará con una base firme y segura también, de tanta eficacia a lo largo de su vida como lo fue en la primer edad que la recibió.
Pero si esas orientaciones fueron medianas o nulas, merced a una educación incompleta, escasa o tal vez absurda y contraproducente, la influencia que esa persona adulta pueda ejercer sobre sí misma será, indudablemente, mediocre, escasa, nula o absurda y contraproducente, porque, en realidad, la edad adulta es un reflejo de lo que fue la infancia, de la formación y educación que el ser humano recibió en sus primeros años.
La infancia y adolescencia perdidas, malgastadas o poco aprovechadas es cosa muy triste no sólo para el sujeto que la padece, sino para la sociedad en que él vive, porque forzosamente esa sociedad tendrá que resentirse de que sus miembros no estén debidamente preparados para vivir dentro de ella.
Vamos a empezar este diccionario con lo que llamamos:
ABUSO
A la gran obra divina, la sublime y hermosa NATURALEZA, de la que hemos abusado hasta llegar a contaminarla. Con ella, al mismo tiempo y por la misma causa, a nuestra pobre y caduca naturaleza humana.
Abusar es valerse excesivamente de algo o de alguien.
Si abusas para que abusen de ti eres tonto. Si abusas para medrar a costa de los demás, estando vigilante para que nadie abuse de ti, eres malo.
Jamás te pesará no haber abusado de nada ni de nadie.
El abuso es siempre voluntario. Nadie nos mandará abusar, y si lo hicieran no habría obligación de obedecer.
Despues de abusar de lo que sea, queda un mal sabor de boca, moral y materialmente hablando; una incertidumbre, una pena, un temblor, una inquietud directamente proporcional al abuso cometido.
No abuses de nada, y todo, hasta la vida, te durará largamente.
El mundo moral, como el material, se ve constante e inconvenientemente usado; es decir, utilizado abusivamente.
No podemos abusar de la bondad de las gentes creyéndolas tontas o de poco criterio.
Tampoco podemos abusar de la magnanimidad humana, aunque se trate de personas pudientes, pródigas y despilfarradoras.
El abuso lleva a la enemistad, a la relajación, al descrédito.
El abusón, aunque se entrometa en todas partes, tiene pocos amigos.
Al abusón, si se le soporta en algunas ocasiones no es sin echarle en cara su fea y egoista actuación.
Todo lo que sea hacerse con algo en contra de la voluntad de su dueño o valiéndose de la ignorancia del mismo, esto es, engañándole, entra en la categoría del abuso. Y esta clase de abusos muchas veces suelen ser punibles y dignos de prisión.
Analizando un poco esta cuestión veremos con facilidad que todo abuso o exceso constituye pecado.
Abuso es todo pecado, ya que pecado es salirse del recto uso de las personas y de las cosas.
Incluso no podemos abusar de la paciencia del prójimo hasta llegar a impacientarlo.