Subía calle arriba, dejando tras de mí la iglesia, no sé si mis pasos sabían dónde querían ir; yo tan sólo los dejaba hacer. Algunas paredes de piedra, por aquel entonces, marcaban los límites de lo que se conoce como Borrajal. Curiosamente me acompañaba mi hermano Manuel con la idea de localizar una planta que cura las verrugas. Sobre nuestros pasos nos íbamos parando a hurgar entre las trepadoras hierbas que se hacinaban a las pétreas paredes, hasta que, al fin, nos llamó la atención unas brillantes hojas que brotaban de la misma pared, aprovechando las coyunturas de cada tosco canto. Un verde fosforito precioso. Con un reflejo sutil pilló con los dedos algunos tallos y me los mostró.
- ¡Ves, si lo tronchamos o hacemos un poco de corte en el tallo sale esta sabia amarilla (también fosforecía) y, si te untas la verruga con ella, en pocos días se te cae!
- ¿Cómo se llama esta planta? Le insté a confesar.
-Cirigüeña- declaró
- ¡Ves, si lo tronchamos o hacemos un poco de corte en el tallo sale esta sabia amarilla (también fosforecía) y, si te untas la verruga con ella, en pocos días se te cae!
- ¿Cómo se llama esta planta? Le insté a confesar.
-Cirigüeña- declaró