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LAGUNILLA: Hay días que no se ve a nadie deambulando por las calles...

Hay días que no se ve a nadie deambulando por las calles y, nuestro pueblo, cobra un espíritu desolador; son las trémulas y vetustas paredes de las casas centenarias las que intimidan. Almas invisibles con poderes mentales que alienan los pensamientos y amedrentan las decisiones, cobardes desalientos. Un angosto callejón oscuro que busca vanamente la luz, un caño solitario que apenas se deja advertir de no ser por el gorgoteo de sus aguas; calles y casa vacías, de una soledad marmolea.
Aquel día madrugué, no más que el sol, pero lo suficiente para sorprender a un laborioso gentío que iba adecentando la calzada de la calle Emigrante hacia Vallejo la Mata. Y otro personaje que me precedía en ruta volvió su mirada para advertir mi presencia, fueron tres segundos, luego se giró y prosiguió su destino alejándose, buscando Los Mártires, los Riscos o los olivares ¿quién sabe? Tan sólo la mochila que llevaba a sus espaldas podría sugerirnos que iba para largo, que quizás ahí portaba almuerzo, comida o, simplemente, aunque la mente nos lo negara; fuese de vacío para volver con setas o frutos silvestres que, por las fechas que eran, por el monte había. Y llegando a la pista pude refrescar mi cara desde el altozano de nuestro pueblo. La enorme divisoria desde el Balcón de Extremadura me lo permitía. Todo el horizonte era mío para disfrutarlo a vista de pájaro.