Hay escenas de la vida infantil que nunca le abandonan a uno. Ahora que se acerca el invierno me regresan a la mente. Son imágenes tan vivas que aún recuerdo las caras, los gritos estridentes de un animal acosado y apresado; llevado a volantas por un puñado de manos que lo depositan sobre una amplia mesa sin más interés que sangrarlo. Yo, desde lo alto de la escalera, sufro su muerte con un reguero de lágrimas e intento no mirar; pero sus doloridos gruñidos me alcanzan el corazón y vuelvo la vista rogando clemencia por él. Ya su sangre salta de la empechada garganta. Es un manantial de fluido vaporoso y roja cascada que se precipita sobre una calderilla de latón forjado. Sus gemidos se van apagando pero el hedor de su sangre lo hacen presente ante nuestras conciencias mortales y, sobre mi pueril sensibilidad pienso, pienso lo triste que resulta saber de dónde vienen esas ricas morcillas o chorizos; lomos y morcones pero no por ello le tenemos pena al jamón y las chichas ni a otros suculentos presentes; el hambre y algunas pasiones nos llevan a ser tan crueles…
Cuelga de la viga mayor el cuto con osado perfume a churrascado, las orejas tostadas; casi alcanzan el suelo. Así quedó estirado para un venteado y enfriamiento; mientras todos se sumergían en labores paralelas a este evento. Hubo quién limpió intestinos y quien coció la sangre. Ya transcurriendo el día se acostaron cansados todos, todos menos dos renacuajos que, atraídos por la churrascada de la carne, a sus orejas apresaron y, con dos dentadas, parte de ellas desgraciaron. Uno de ellos era yo, ya libre de sollozos y lástimas porque, apagada la compasión, ya sólo las tripas mandan.
Cuelga de la viga mayor el cuto con osado perfume a churrascado, las orejas tostadas; casi alcanzan el suelo. Así quedó estirado para un venteado y enfriamiento; mientras todos se sumergían en labores paralelas a este evento. Hubo quién limpió intestinos y quien coció la sangre. Ya transcurriendo el día se acostaron cansados todos, todos menos dos renacuajos que, atraídos por la churrascada de la carne, a sus orejas apresaron y, con dos dentadas, parte de ellas desgraciaron. Uno de ellos era yo, ya libre de sollozos y lástimas porque, apagada la compasión, ya sólo las tripas mandan.
Pedro, perdona, sin tu permiso me he llevado "tu relato" a mi pueblo.
Si no estás de acuerdo, me lo haces saber y lo borro.
Me gusta como escribes, si me das permiso, llevaré el de LA BÚSQUEDA DEL HUEVO.
Espero tu respuesta.
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Me gusta como escribes, si me das permiso, llevaré el de LA BÚSQUEDA DEL HUEVO.
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