SETAS Y GUITARRA
Lucen las mañanas soleadas con música especial, vibraciones que se adentran de ilusión y estímulos para salir a pasear. Con unas humildes zapatillas se visten mis pies ya ociosos de aburrirse sin nada que hacer. Y ¡sorpresa! Avistan mis castaños ojos una cesta de mimbre. ¿De quién será? Pregunto y me dicen que es mía, que me la quieren regalar; nunca necesité estos apeos, porque ahora la he de necesitar. Y mi compañera del alma sonríe… - ¡Algo en ellas traerás!
Terminé de aviarme y, con desgana, bajo el sosiego que un chándal nos da, salí a comprar el periódico y el pan. Volvió a cruzarse en mi camino la dichosa cesta, sobre la mesa de la cocina; tanto allí dejaba la barra de ese elaborado pan. Sin llover ayer… ¿dónde vas? me pregunté. Y pensé coger avellanas, mirar los nogales; vacilé por recolectar equisetos, hinojos y… ¡yo qué sé! Mientras la gente está en misa que a mí me aburre el ir, bien pondría un paseo por terreno llano; para que a los pies no me los vea sufrir. ¡Qué vaya semanita llevo! de tanto y tanto trajín. Con renco andar tomé la puerta, que no querían mis pies cruzar. Y pulsé el botón de bajada para llegarme al portal. ¡Dios mío, que poquísima gana me lleva! Siento una flema al andar. Ya estoy sentado en el coche, sin agua ni almuerzo; sin nada más que la bandolera; por aquello de la documentación. Un estorbo casi obligado para los humanos que tengamos que estar tan registrados e identificados; tan esclavos de sociedad.
Una hermosa cascada elegí para empezar, un sendero asfaltado; un paseo fluvial. El inicio curioso de entrantes y salidas, sendas bravas y torvas de un coto de pesca intensiva. Gentes en bicicleta y peregrinos; familias enteras yendo y viniendo, algunos jinetes a caballo pudorosos, cruzando el espacio desde las más apartadas veredas. Y los merenderos locales que aquí también se dan cita, ya están cogidos unos y otros llegando su reserva. Sorprende ver algunos que entran y salen de las selvas, justo por donde un servidor tiene que buscar las setas. Y fue en los primeros amagos que hice, a pocos minutos de comenzar; cuando di con éstas. Las que en foto doy fe y se adivinan ser buenas. Que el resto de setas que vi, muy distantes de estas; fueron las cagarrutas humanas de estas buenas gentes y pescadores que ahí dejaron sus huellas. Y, si no es por la ilusión que despertaron en mi el hallazgo de estas setas, pronto me habría vuelto a mi casa sin dejar seducirme por la idea de llenar hasta arriba la cesta. Dos horas de enredos, resbalones y zarzas; otra vez los cordones que se me sueltan y, porque existe el Ángel de la Guarda, no caí al resbalar al río; sólo se me cayó una seta. Un pescador que se desayuna de puros tuvo la amabilidad de devolvérmela. Y me retorno a mi casa ya con las piernas muertas. No es que sea un falso, es que me revientan los huesos; los huesos de mis caderas. Terminaré la fiesta en mi cuarto, sentado y disfrutando de este pequeño logro, de estas cuatro setas. Y rasgando un acorde de mi guitarra, aquí terminó mi aventura; aquí os dejo mis setas.
Un abrazo a todo mi pueblo: Pedro González Gallardo
Lucen las mañanas soleadas con música especial, vibraciones que se adentran de ilusión y estímulos para salir a pasear. Con unas humildes zapatillas se visten mis pies ya ociosos de aburrirse sin nada que hacer. Y ¡sorpresa! Avistan mis castaños ojos una cesta de mimbre. ¿De quién será? Pregunto y me dicen que es mía, que me la quieren regalar; nunca necesité estos apeos, porque ahora la he de necesitar. Y mi compañera del alma sonríe… - ¡Algo en ellas traerás!
Terminé de aviarme y, con desgana, bajo el sosiego que un chándal nos da, salí a comprar el periódico y el pan. Volvió a cruzarse en mi camino la dichosa cesta, sobre la mesa de la cocina; tanto allí dejaba la barra de ese elaborado pan. Sin llover ayer… ¿dónde vas? me pregunté. Y pensé coger avellanas, mirar los nogales; vacilé por recolectar equisetos, hinojos y… ¡yo qué sé! Mientras la gente está en misa que a mí me aburre el ir, bien pondría un paseo por terreno llano; para que a los pies no me los vea sufrir. ¡Qué vaya semanita llevo! de tanto y tanto trajín. Con renco andar tomé la puerta, que no querían mis pies cruzar. Y pulsé el botón de bajada para llegarme al portal. ¡Dios mío, que poquísima gana me lleva! Siento una flema al andar. Ya estoy sentado en el coche, sin agua ni almuerzo; sin nada más que la bandolera; por aquello de la documentación. Un estorbo casi obligado para los humanos que tengamos que estar tan registrados e identificados; tan esclavos de sociedad.
Una hermosa cascada elegí para empezar, un sendero asfaltado; un paseo fluvial. El inicio curioso de entrantes y salidas, sendas bravas y torvas de un coto de pesca intensiva. Gentes en bicicleta y peregrinos; familias enteras yendo y viniendo, algunos jinetes a caballo pudorosos, cruzando el espacio desde las más apartadas veredas. Y los merenderos locales que aquí también se dan cita, ya están cogidos unos y otros llegando su reserva. Sorprende ver algunos que entran y salen de las selvas, justo por donde un servidor tiene que buscar las setas. Y fue en los primeros amagos que hice, a pocos minutos de comenzar; cuando di con éstas. Las que en foto doy fe y se adivinan ser buenas. Que el resto de setas que vi, muy distantes de estas; fueron las cagarrutas humanas de estas buenas gentes y pescadores que ahí dejaron sus huellas. Y, si no es por la ilusión que despertaron en mi el hallazgo de estas setas, pronto me habría vuelto a mi casa sin dejar seducirme por la idea de llenar hasta arriba la cesta. Dos horas de enredos, resbalones y zarzas; otra vez los cordones que se me sueltan y, porque existe el Ángel de la Guarda, no caí al resbalar al río; sólo se me cayó una seta. Un pescador que se desayuna de puros tuvo la amabilidad de devolvérmela. Y me retorno a mi casa ya con las piernas muertas. No es que sea un falso, es que me revientan los huesos; los huesos de mis caderas. Terminaré la fiesta en mi cuarto, sentado y disfrutando de este pequeño logro, de estas cuatro setas. Y rasgando un acorde de mi guitarra, aquí terminó mi aventura; aquí os dejo mis setas.
Un abrazo a todo mi pueblo: Pedro González Gallardo
Por fin llegó la cosecha,
llegó la cosecha, hermano ¡
llegó la cosecha, hermano ¡