EL DESTINO
Uno se levanta, se asea y se viste siempre de un modo cotidiano, sin pensarlo siquiera; sale de casa con un rigor rutinario. Saluda a unos y otros con un dinamismo local, tal compra el periódico y sube a casa el pan. Son hábitos reflejos casi disciplinarios. Pero entre intervalos de estos gestos ya programados, en los espacios de nuestra vida e incluso en los ya reservados procesos de nuestra toda vida, cabe la posibilidad de una interferencia, una pedrisca de acontecimientos imprevisibles; el lapsus de un intruso: “el destino”.
El destino me visitó un cinco de Enero, fue de una forma hipnótica; rastreando mi curiosidad. Aunque se estaba fraguando a espaldas de su intención, sobre el curso de otras corrientes intelectuales. Un voto de compromiso que me animaba a soltar unas riendas ya muy castigadas por otras nuevas para guiar el corcel que transporta mi vida. Y un empujón me bastó. Fueron mis hijos los que me iniciaron en esta nueva doma de la informática; un percherón como yo, acostumbrado a lo rudimentario y sencillo se lía la mente con tanto nombre nuevo: pendrai, gigas; maus…Y por intrepidez moral me aventuré a tomarles la palabra e intentar cubrir mis conocimientos de estos medios que la tecnología pone a nuestro alcance. Y descubro que lo tengo todo.
(Continuará)
Uno se levanta, se asea y se viste siempre de un modo cotidiano, sin pensarlo siquiera; sale de casa con un rigor rutinario. Saluda a unos y otros con un dinamismo local, tal compra el periódico y sube a casa el pan. Son hábitos reflejos casi disciplinarios. Pero entre intervalos de estos gestos ya programados, en los espacios de nuestra vida e incluso en los ya reservados procesos de nuestra toda vida, cabe la posibilidad de una interferencia, una pedrisca de acontecimientos imprevisibles; el lapsus de un intruso: “el destino”.
El destino me visitó un cinco de Enero, fue de una forma hipnótica; rastreando mi curiosidad. Aunque se estaba fraguando a espaldas de su intención, sobre el curso de otras corrientes intelectuales. Un voto de compromiso que me animaba a soltar unas riendas ya muy castigadas por otras nuevas para guiar el corcel que transporta mi vida. Y un empujón me bastó. Fueron mis hijos los que me iniciaron en esta nueva doma de la informática; un percherón como yo, acostumbrado a lo rudimentario y sencillo se lía la mente con tanto nombre nuevo: pendrai, gigas; maus…Y por intrepidez moral me aventuré a tomarles la palabra e intentar cubrir mis conocimientos de estos medios que la tecnología pone a nuestro alcance. Y descubro que lo tengo todo.
(Continuará)