YA LLEGAN LOS REYES MAGOS
Me viene el recuerdo de la más remota infancia, en la que apenas traían juguetes las majestades. Yo creía que solo regalaban lo que convenía: calcetines, jersey o unos pantalones; también, como algo excepcional, había veces que sorprendían con una torta de mazapán con piñones acaramelados. Y algunas frutas con “algo de coña” por no responder con carbón; que en aquel entonces aún lo despachaban para castigar la rebeldía infantil de los más díscolos comportamientos. Pero, para mis reflexiones de antaño, no cabía pensar que fuesen tan severos conmigo y, cada año que llegaban, tenía la certidumbre de hallar sobre mis zapatos todo aquello que, en mala caligrafía, ellos hubiesen podido entender. Y, al despertar al amanecer, corría desesperado a comprobar que ellos habían acertado en descifrar los trazados renglones que ni yo era capaz de entender pero que… ¡cómo eran magos! Casi siempre satisfacía sus interpretaciones; aunque se les hubo olvidado lo de todos los años, mis solícitos juguetes.
Eso sí, las copillas de aguardiente y los ricos polvorones, cuando no eran perrunillas; siempre se acordaban de comérselas y, sobre el tajo, cerca de la lumbre; se podía averiguar los restos de miguillas como testimonio de que habían hecho aprecio a nuestra gratificación por haberse llegado.
Que sus majestades sean muy generosos con todos ustedes.
Desde mi escritorio les mando este cordial saludo y un abrazo.
Pedro G. G.
Me viene el recuerdo de la más remota infancia, en la que apenas traían juguetes las majestades. Yo creía que solo regalaban lo que convenía: calcetines, jersey o unos pantalones; también, como algo excepcional, había veces que sorprendían con una torta de mazapán con piñones acaramelados. Y algunas frutas con “algo de coña” por no responder con carbón; que en aquel entonces aún lo despachaban para castigar la rebeldía infantil de los más díscolos comportamientos. Pero, para mis reflexiones de antaño, no cabía pensar que fuesen tan severos conmigo y, cada año que llegaban, tenía la certidumbre de hallar sobre mis zapatos todo aquello que, en mala caligrafía, ellos hubiesen podido entender. Y, al despertar al amanecer, corría desesperado a comprobar que ellos habían acertado en descifrar los trazados renglones que ni yo era capaz de entender pero que… ¡cómo eran magos! Casi siempre satisfacía sus interpretaciones; aunque se les hubo olvidado lo de todos los años, mis solícitos juguetes.
Eso sí, las copillas de aguardiente y los ricos polvorones, cuando no eran perrunillas; siempre se acordaban de comérselas y, sobre el tajo, cerca de la lumbre; se podía averiguar los restos de miguillas como testimonio de que habían hecho aprecio a nuestra gratificación por haberse llegado.
Que sus majestades sean muy generosos con todos ustedes.
Desde mi escritorio les mando este cordial saludo y un abrazo.
Pedro G. G.