LAGUNILLA: PINCHAZO EN HERVÁS (1ª PARTE)...

PINCHAZO EN HERVÁS (1ª PARTE)

Fue una primavera, no me cabe la menor duda; pero no me preguntéis por cuándo. Si hubiese sido hace poco recordaría quizás que no estábamos en Semana Santa, sólo sé que en aquel entonces aún poseía el Renault 12 color rojo burdeos, que su placa de matriculación correspondía a Soria y que mi esposa estaba en “estado de buena esperanza” de la que hoy es Beatriz, mi hija. El caso es que aquella aventura no la olvidaré nunca.
Dos ruedas de repuesto, una lata de aceite, anticongelante; tres trapos viejos, luces de repuesto, caja de herramientas para arreglar cosas que no entiendo. Antes de salir siempre hago este recuento. Y una vez todos montados que no se nos olvide la manta para los que acostumbra cogerles el sueño. Ya se acerca la noche, nos indica que transitaremos holgados. Y los primeros cien quilómetros pasan volando, Soria, Medinaceli; aquí siempre repostamos. Unos bocadillos de “pepitos con pimientos” nos dan aliento para un buen rato. Compruebo que el auto resiste y le admiro porque es muy corrido de años. Guadalajara y Madrid desierto, apenas sin tráfico. ¡Qué gozada es atravesarlos! Ya la noche es cruda cuando salíamos de Ciudad Real. ¡Arriba Despeña-perros! Que Andalucía ahí está. Y una lucecita me responde intermitente, luego se clava del todo ya. Es el chivato del aceite. Rojo y apurado llegó el vehículo a la primera estación de servicios que ahí, justito al final del puerto, nos pudo llegar. Una cortina de bruma se estaba rielando dejando paso a las claridades del alba que iban delatando los tumultuosos relieves a lontananza. Nítidos perfiles de la sierra que nos seguía por aquella calzada andaluza y, tras haberle puesto una medida de aceite al depósito, no dejaba de vigilar esa luz ya apagada. Fui prevenido y compré otra garrafa de multigrado.
Cuando llegamos a Baeza nos pareció muy temprano y no tuvimos el valor de despertar a la familia para que nos salieran a abrir la puerta. Así que nos dejamos caer por la primera churrería que abrió y nos desayunamos con unos churros y chocolate. Más tarde, cuando los primeros rayos de sol se refractaban sobre el adoquinado de la plaza y rompía presuroso y estremecedoramente con esa sensación física de abatido y entumecidos miembros; notamos que nuestros corazones latían por la ansiedad de presentarnos ante los tíos y alegrarles la mañana con nuestra sorprendente aparición. Se nos adelantó el furgón del panadero que, dando unos bocinazos, reclamaba a sus clientes la presencia para dispensarles sus bollos, magdalenas y otras muchas y caprichosas pastas y hornadas variedades de la confitería andaluza.

(UNA DE MIS AVENTURAS -Pedro González Gallardo)