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LAGUNILLA: PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (1ª entrega)...

PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (1ª entrega)

Aquel año fue el primero que compartimos la casa de Lagunilla por vacaciones con mi hermano Manuel y mi cuñada Nieves. Recuerdo que traje de Pamplona cinco kilos de costillas de cordero y alguna otra cosilla para asar en la pira de nuestra casa paterna. Estrenaba el coche que compré cuando se me averió el Renault doce; un Opel corsa que, según la publicidad, lo compraban la gente divertida (el eslogan no hacía justicia). En cuanto llegamos, ya entrado el pueblo en fiestas, nos las vimos y las deseamos para aparcar. Los pocos espacios que ofrece la explanada de nuestra calle (Salas Pombo), ese triangulito que une el palacio con las casas de nuestros vecinos y la estrangulada calleja que tal baja sombría hasta el Caño de las Monjas; no permite más de tres vehículos. Tuve suerte de arrimar el mío en un costado y, temeroso de que me rayaran la chapa los que transitaban hacia la Plaza Mayor no dejaba de preocuparme y, cuanto que bajaba algún auto, se me iba el giro de la nuca en dirección a él, mi Opel corsa; tan de súbito como una alarma. Es lo que tiene estrenar cosas nuevas. Yo cuando iba con los de segunda mano jamás me preocupaba. Ahora me exalta ver una picadura de un chinarro en la chapa.
Estaba mi hermano allá, sentando su culo sobre la fría piedra, poyo de la entrada; a la espera. Y fue vernos llegar y salieron todos. Nos ayudaron con los bártulos y, no sé aún cómo; en pocos segundos todos los compadres de nuestro entorno me saludaron ¡Qué recibimiento aquel paisanos! También se llegaron desde la calle El Cantón mis sobrinos franceses que, al parecer llevaban algunos días en el pueblo; después mi hermano Ángel que vivía por La Plazuela (en una arrinconada casa de acceso al Pasil) y, tras de él mí cuñada por aquel entonces: Juana, natural de El Cerro. A mi hermana María y a Poli los encontré en su casa algo más tarde. ¡Jopelines! Diría nuestra amiga Rubiaca, el pueblo está plagado de gente.