Plazuelas de mi pueblo.
La plazuelita está solitaria, ayer tan bulliciosa y hoy tan callada.
Puertas y balcones cerrados esperando quien los abra.
Calle fría con escarcha sin nadie que la transite.... ¡se buscan las de solana!
Plazuelita, ¿Dónde están tus vecinos? Que te coloreen la cara.
Volverán los días de risas, seguro, y alrededor de una lumbre las tardes de jarana, después un buen borrajo para asar las patatas.
Como no podía faltar el acabar con alegría, todos a una tiznándole la cara al día....... y a quien se ponga cerca.
Saludos y buen humor.
La plazuelita está solitaria, ayer tan bulliciosa y hoy tan callada.
Puertas y balcones cerrados esperando quien los abra.
Calle fría con escarcha sin nadie que la transite.... ¡se buscan las de solana!
Plazuelita, ¿Dónde están tus vecinos? Que te coloreen la cara.
Volverán los días de risas, seguro, y alrededor de una lumbre las tardes de jarana, después un buen borrajo para asar las patatas.
Como no podía faltar el acabar con alegría, todos a una tiznándole la cara al día....... y a quien se ponga cerca.
Saludos y buen humor.
¡Hola Manchega! Qué lindo suena lo que has escrito. No sabía lo que era "borrajo", mi padre lo nombraba mucho; he tenido que consultarlo en el diccionario. ¡Ah! El balcón de la izquierda es el de mi casa (lo juraría) aunque me despista que califiques de plazuela ese estrecho tramo de solaz recibimiento que tiene la calle pero, yo también lo apruebo como plaza, plaza es donde se reune mi pueblo, sus gentes a las que tanto quiero.
Saludos
Saludos
Si plazuela es diminutivo de plaza, que menos que plazueleta a este peculiar rincón. Nexo de tres calles y en su momento lugar bullicioso de quizás más de doce familias en su entorno.
Hace ya muuuucho tiempo, en este rincón existía una carnicería y una casa donde hacían helados que se repartían por el pueblo con un carrito. ¡Entrañable!
Por supuesto que es el balcón de la casa donde vivieron tus padres, y seguramente tú también un tiempo.
Saludos.
Hace ya muuuucho tiempo, en este rincón existía una carnicería y una casa donde hacían helados que se repartían por el pueblo con un carrito. ¡Entrañable!
Por supuesto que es el balcón de la casa donde vivieron tus padres, y seguramente tú también un tiempo.
Saludos.
UNA PLACITA MUY CONCURRIDA
No me preguntes el porqué, yo no sabría entenderlo; el carnicero se llamaba Paulino. Vivía junto a la casa de Juan y Puri, justo donde ahora se acostumbran aparcar los coches; en el ángulo ancho de la plaza, casi la esquina que se arrima al palacio. Yo tenía muy poquitos años cuando él aún despachaba carne. Una vez le trajeron un novillo muerto en el campo (le habían atacado los lobos). Recuerdo que mucha gente se arrimó a verlo. Yo desde la puerta de casa observaba todo aquello. Y, aunque han pasado ya muchos años, así lo recuerdo.
Los helados, la heladería que dices, no me guardo en mi memoria que estaría en esta placita pero sí en el tramo final de la calle, ya afrontando la Plaza Mayor; creo que pertenecía a unos primos míos que, en palabras que resuenan lejanas, me viene el nombre de Elías (lo de que serían primos es de oídas).
Cuando no transitaban coches y sólo pasaban por ella nuestras bestias, esa placita fue testigo de no pocas matanzas de cutos que, en mi casa los sacrificaban y churrascaban fuera; lo rasaban con helechos y después, sobre una buena mesa, lo afeitaban de todo chamuscado pelo. De ahí a la viga del patio, junto al lagar y la enorme cuba de vino fermentando; abría las vicisitudes de elaborarlo: chichas que se freían para dar los primeros bocados, la “prevé” decía mi padre, de aquellos ricos adobados y picados finos que nos poníamos en el pan mientras otros eran embutidos. Futuros chorizos y morcillas de sangre que colgarían sobre el humo del fuego, pendiendo a la altura del llar. Y el más pequeñito no entraba a sorteo, eran avisados mis hermanos; ese era para mí. Y ojito que yo lo vigilaba todos los días ¿ya se puede comer papá? Cansaba a mi inagotable padre todos los días con tanto y tanto preguntar.
Por las mañanas, si eran soleadas, se juntaban muchos nombres en la pequeña plaza: ahí con un bastidor de costura Isabel y su madre doña Avelina y subido los pies al poyo de enfrente su marido Paco que lo usa para montar la jaca. Otras puertas que se abren para oir los buenos días a Tomasa y Ricardito; Genoveva sale al balcón, Marcíani y doña Vicenta llegan de visita. Un tal Gregorio y “El Mudo “se ponen al socaire y Paulino que asoma desde su negocio.
Todos estos nombres y los que se respetan de mi familia son los que conservo hasta ahora de aquellos hermosos años en los que habitaba esta casa tan querida por mí; desde ese balcón que la foto nos muestra a la izquierda.
¡Gracias por esta foto Manchega!
No me preguntes el porqué, yo no sabría entenderlo; el carnicero se llamaba Paulino. Vivía junto a la casa de Juan y Puri, justo donde ahora se acostumbran aparcar los coches; en el ángulo ancho de la plaza, casi la esquina que se arrima al palacio. Yo tenía muy poquitos años cuando él aún despachaba carne. Una vez le trajeron un novillo muerto en el campo (le habían atacado los lobos). Recuerdo que mucha gente se arrimó a verlo. Yo desde la puerta de casa observaba todo aquello. Y, aunque han pasado ya muchos años, así lo recuerdo.
Los helados, la heladería que dices, no me guardo en mi memoria que estaría en esta placita pero sí en el tramo final de la calle, ya afrontando la Plaza Mayor; creo que pertenecía a unos primos míos que, en palabras que resuenan lejanas, me viene el nombre de Elías (lo de que serían primos es de oídas).
Cuando no transitaban coches y sólo pasaban por ella nuestras bestias, esa placita fue testigo de no pocas matanzas de cutos que, en mi casa los sacrificaban y churrascaban fuera; lo rasaban con helechos y después, sobre una buena mesa, lo afeitaban de todo chamuscado pelo. De ahí a la viga del patio, junto al lagar y la enorme cuba de vino fermentando; abría las vicisitudes de elaborarlo: chichas que se freían para dar los primeros bocados, la “prevé” decía mi padre, de aquellos ricos adobados y picados finos que nos poníamos en el pan mientras otros eran embutidos. Futuros chorizos y morcillas de sangre que colgarían sobre el humo del fuego, pendiendo a la altura del llar. Y el más pequeñito no entraba a sorteo, eran avisados mis hermanos; ese era para mí. Y ojito que yo lo vigilaba todos los días ¿ya se puede comer papá? Cansaba a mi inagotable padre todos los días con tanto y tanto preguntar.
Por las mañanas, si eran soleadas, se juntaban muchos nombres en la pequeña plaza: ahí con un bastidor de costura Isabel y su madre doña Avelina y subido los pies al poyo de enfrente su marido Paco que lo usa para montar la jaca. Otras puertas que se abren para oir los buenos días a Tomasa y Ricardito; Genoveva sale al balcón, Marcíani y doña Vicenta llegan de visita. Un tal Gregorio y “El Mudo “se ponen al socaire y Paulino que asoma desde su negocio.
Todos estos nombres y los que se respetan de mi familia son los que conservo hasta ahora de aquellos hermosos años en los que habitaba esta casa tan querida por mí; desde ese balcón que la foto nos muestra a la izquierda.
¡Gracias por esta foto Manchega!