<Amanece en enero> de Guniber.
PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (3ª entrega)
Aviso de fiesta en la Rosancha, lo que yo conocía por La Era; habían montado una plaza de toros e iba a comenzar la juerga. La gente entraba paulatina con su pesada digestión e iban tomando asiento por el tendido con mucha emoción. Ya pronto salieron la banda de música y después soltaron vaquillas. Por suerte lucía el sol. Sombreros de jipijapa, algunas gafas tintadas; colorido veraniego por todo el derredor Y, allá retozando en el ruedo, jóvenes que corren y saltan, esquivan el novillo bravío: desde el burladero algunas mozas amagan al cárdeno y éste las fija en sus ojillos, las ve guapas y no acosa a las musas. Queda en manso desvarío. Ahora comprendo ese femenino poder en el que Dios las bendijo. Algarabía en las gradas, risas y algún que otro grito ufano animando al menos atrevido.
Y desde este coso recuerdo otra plaza anterior, fue implantada en el Vallejo de la Mata y, después de ver salir con el paseíllo de los toreros a mi amigo pocholo a caballo (era uno de los aguaciles que representa la feria taurina) y observar los apuros que pasó con su desobediente cabalgadura; me enteré que de Navarra vino y toreó Manolo de los Reyes, un fortuito matador. Ya perdida en Navarra la suerte aquí dos orejas y un rabo, a los astados les consiguió. Los toros le salieron de culo, la cornamenta fue un horror (de torcidas, harto cómicas) pero a punta de estoque ninguno se le resistió. Y de eso que fui testigo, en Pamplona a los meses leí: “el rotundo triunfo de Manolo de los Reyes en un pueblito de Salamanca”; Lagunilla comprendí. Y en la picaresca se adivinaba los contratos que auguraba y que ya él veía venir. Una segunda oportunidad para aquel torero que acá en Navarra nadie le daba un real.
La tarde se hacía larga y nos fuimos antes de acabar. Ahí quedó la gente de Lagunilla envalentonada, haciendo gala de atrevimiento a esos novillos genuinos de nuestra tierra.
PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (3ª entrega)
Aviso de fiesta en la Rosancha, lo que yo conocía por La Era; habían montado una plaza de toros e iba a comenzar la juerga. La gente entraba paulatina con su pesada digestión e iban tomando asiento por el tendido con mucha emoción. Ya pronto salieron la banda de música y después soltaron vaquillas. Por suerte lucía el sol. Sombreros de jipijapa, algunas gafas tintadas; colorido veraniego por todo el derredor Y, allá retozando en el ruedo, jóvenes que corren y saltan, esquivan el novillo bravío: desde el burladero algunas mozas amagan al cárdeno y éste las fija en sus ojillos, las ve guapas y no acosa a las musas. Queda en manso desvarío. Ahora comprendo ese femenino poder en el que Dios las bendijo. Algarabía en las gradas, risas y algún que otro grito ufano animando al menos atrevido.
Y desde este coso recuerdo otra plaza anterior, fue implantada en el Vallejo de la Mata y, después de ver salir con el paseíllo de los toreros a mi amigo pocholo a caballo (era uno de los aguaciles que representa la feria taurina) y observar los apuros que pasó con su desobediente cabalgadura; me enteré que de Navarra vino y toreó Manolo de los Reyes, un fortuito matador. Ya perdida en Navarra la suerte aquí dos orejas y un rabo, a los astados les consiguió. Los toros le salieron de culo, la cornamenta fue un horror (de torcidas, harto cómicas) pero a punta de estoque ninguno se le resistió. Y de eso que fui testigo, en Pamplona a los meses leí: “el rotundo triunfo de Manolo de los Reyes en un pueblito de Salamanca”; Lagunilla comprendí. Y en la picaresca se adivinaba los contratos que auguraba y que ya él veía venir. Una segunda oportunidad para aquel torero que acá en Navarra nadie le daba un real.
La tarde se hacía larga y nos fuimos antes de acabar. Ahí quedó la gente de Lagunilla envalentonada, haciendo gala de atrevimiento a esos novillos genuinos de nuestra tierra.