<vistas de la peña de francia -foto de JSM>
PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (4ªentrega)
Es curioso que desde este apartado rincón de España donde resido se pueda saborear tanta provincia charra: Unas veces desde el puesto de venta, con el roce habitual de algunos paisanos; tal Juan “el churro” que es de Lagunilla y no entra en el foro por aquello de no tener hábitos tan modernos y, si acaso su esposa (antigua compañera mía del colegio) Juana María, según recuerdo, se comprometió a entrar y leerlo; pero albergo la esperanza de que nos ponga algún día algo, lo huelo. Juan “el churro “, seguro que puede, es de nuestro pueblo. Y recuerdo unas siglas de un tal Vicente (otro que nos lee y luego me comenta en tienda), también es del pueblo y conoce cosas que le gustaría contar pero… sólo yo las sé, de momento. Más cerca de mi casa está una joven de El Cabaco que no cesa de convidarnos a su pueblo. Dice que muy cerca de La Alberca y, aquí tenemos una familia de este municipio, amigos que son paisanos, paisanos pero de otro pueblo; se cruzan palabrejas y tonos de voz que me recuerdan mi casta y nace cómplice la hermandad de estos compadres de otros pueblos.
Este verano que os narro incide con lo que ya cuento. Una mañana aburrida nos fuimos de las fiestas, queríamos cambiar de aires y nos pasamos de Valdelageve y Soto Serrano, buscando la bendición de la Santa Virgen de Peña Francia. Yo nunca estuve antes, ahora mismo lo cuento; porque tanto oí hablar de La Alberca y sus antigüedades que la curiosidad me llevó a ello. Subimos monte arriba sin cansarnos, las ruedas de los vehículos nos lo permitieron, ni por probar el agua de la Fuente de Santa María paramos y seguimos hasta el mismo santuario que alberga La Virgen; ya en el mismo cerro. Y por encima de las nubes, se podía averiguar allá muy lejos, las techumbres de los tejados que destacaban de mi pueblo. Un fresco inusual para tan estivales vientos. Nos metimos por unos corredores arcanos y vimos rejas que separan al visitante de toda esa morralla sumergida en el pozo; caridad insigne de algunos crédulos, calderilla de bolsillos delicados que detestan sobrepeso alguno y lo arrojan a las beatas aguas confiando receloso que se cumplan sus plegarias. Y recorrido tramo a tramo, tanteando en lo posible todo lo valorable con ayuda o al descuido del guía; salimos de ahí hambrientos y nos dirigimos al comedor de este cenobio que nos tuvo un rato acogidos entre pintas de cervezas y alguna que otra vianda de buen jamón y chorizo u queso para quitarnos la migraña de los intestinos.
PATÉ DE JAMÓN IBÉRICO EN LA ALBERCA (4ªentrega)
Es curioso que desde este apartado rincón de España donde resido se pueda saborear tanta provincia charra: Unas veces desde el puesto de venta, con el roce habitual de algunos paisanos; tal Juan “el churro” que es de Lagunilla y no entra en el foro por aquello de no tener hábitos tan modernos y, si acaso su esposa (antigua compañera mía del colegio) Juana María, según recuerdo, se comprometió a entrar y leerlo; pero albergo la esperanza de que nos ponga algún día algo, lo huelo. Juan “el churro “, seguro que puede, es de nuestro pueblo. Y recuerdo unas siglas de un tal Vicente (otro que nos lee y luego me comenta en tienda), también es del pueblo y conoce cosas que le gustaría contar pero… sólo yo las sé, de momento. Más cerca de mi casa está una joven de El Cabaco que no cesa de convidarnos a su pueblo. Dice que muy cerca de La Alberca y, aquí tenemos una familia de este municipio, amigos que son paisanos, paisanos pero de otro pueblo; se cruzan palabrejas y tonos de voz que me recuerdan mi casta y nace cómplice la hermandad de estos compadres de otros pueblos.
Este verano que os narro incide con lo que ya cuento. Una mañana aburrida nos fuimos de las fiestas, queríamos cambiar de aires y nos pasamos de Valdelageve y Soto Serrano, buscando la bendición de la Santa Virgen de Peña Francia. Yo nunca estuve antes, ahora mismo lo cuento; porque tanto oí hablar de La Alberca y sus antigüedades que la curiosidad me llevó a ello. Subimos monte arriba sin cansarnos, las ruedas de los vehículos nos lo permitieron, ni por probar el agua de la Fuente de Santa María paramos y seguimos hasta el mismo santuario que alberga La Virgen; ya en el mismo cerro. Y por encima de las nubes, se podía averiguar allá muy lejos, las techumbres de los tejados que destacaban de mi pueblo. Un fresco inusual para tan estivales vientos. Nos metimos por unos corredores arcanos y vimos rejas que separan al visitante de toda esa morralla sumergida en el pozo; caridad insigne de algunos crédulos, calderilla de bolsillos delicados que detestan sobrepeso alguno y lo arrojan a las beatas aguas confiando receloso que se cumplan sus plegarias. Y recorrido tramo a tramo, tanteando en lo posible todo lo valorable con ayuda o al descuido del guía; salimos de ahí hambrientos y nos dirigimos al comedor de este cenobio que nos tuvo un rato acogidos entre pintas de cervezas y alguna que otra vianda de buen jamón y chorizo u queso para quitarnos la migraña de los intestinos.