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LAGUNILLA: CUANDO EL HAMBRE APRIETA CRECE EL INGENIO (parte cuarta)...

CUANDO EL HAMBRE APRIETA CRECE EL INGENIO (parte cuarta)

Transcurría la vida hozando trabas que el exilio nos ponía y, a cada bocado, se rumiaba el descontento de aquellos duros pasos que nos costaba el sustento. Y todos los días salía el sol. Nacía una esperanza en nuestros corazones, alivio de tener un techo, una cama donde paliar el sueño y ese plato de caliente que resucita bien el cuerpo. Y, si en algo hubo reflexiones, fueron éstas en valorar lo más obvio: para ser feliz en la vida valga siempre la salud, un puchero rebosante, una manta bajo el techo y el porte de la juventud. Ya traerá esto en mil amores consigo el resto y, lo que falte, sea siempre la luz de una vela que nos guíe por el camino de la honradez.

No era muy honrado pero lo hacíamos. Era una afición que nos gustaba practicar casi todos los veranos. Las noches nos brindaban la garantía de no ser descubiertos y, a pesar de ello, teníamos nuestra peculiar alarma. Bastaba un silbido suave para alejarnos de la faena y dejar en el río el trasmallo sumergido ya en el agua. Nadie se acercaba a él en situación de riesgo, mejor aún, se alejaba. Hasta que libre ya de ello, retornaba uno de nosotros y cerraba sus cabos, lo arrastraba a la orilla donde esperábamos con un saco de estopa o de mayas. ¡Qué gloriosa pesca! En unos cortos minutos salimos y volvimos a casa.