CUANDO EL HAMBRE APRIETA CRECE EL INGENIO (parte última)
Queda claro que no sólo de pan vive el hombre y que las hambrunas pueden ser muy variadas, tan abigarradas como la naturaleza de nuestra ambición.
Estando en un puesto de observación, a pocos metros de una cantina, gozaba mi pelotón cavilando: ¿cómo llegar al almacén? Y hurgando dentro de él, al poco rato ya decidimos; unas cajas de botellines de una gran cerveza fueron izadas por el tejadillo de la bodega, sobre el vallado; desde ahí las prendieron los camaradas y soldados. Las arriaron al suelo y, unas en los bolsillos otras entre refajos y guerreras que con mucha maña se escondieron. Queriendo ya volver al puesto, tres oficiales nos molestaron: nuestros dos tenientes y el capitán que dejando allá en la barra el aburrimiento, se desprendieron con algunas auroras bien entonadas y, lástima para nosotros que ese recital acabara, ya todos estábamos fuera de nuestro observatorio e íbamos a ser descubiertos y sin coartada. Ellos pasaron delante y nuestro grupo en cuclillas detrás, cuando se aproximaron lo suficiente, ya sin pensar qué hacer; salió de mi boca un ¡alto, quién va! Mis compañeros les cercaron dando crédito a esa espontaneidad. Ellos reclamaron razones y un servidor se las da:
“Observando que se nos venían y sin saber quiénes son, dimos por bueno el cercarles y pedirles la identificación. Pues venían tan certeros a nuestro centro de observación que temimos ser sorprendidos en ese estrecho zulo sin apenas libertad de reacción. Ahora discúlpenos mi capitán por haberles echado el alto y a sus ordenes mi capitán.”
-Fue buena idea Gallardo. Ya pueden recoger y volver a la compañía.
Diez kilómetros anduvimos solos bajo una noche sin luna y las guerreras nos pesaban de los vidrios; por lo que decidimos tomarnos algunas. Llegamos casi borrachos a tres horas del toque diana y no se nos rompió ninguna. Las guardamos en el hogar del guerrillero y ahí duraron lo que duraron; que siempre es poco compañeros. Por que las bebidas, como los chorizos que hurtábamos al brigada en la cocina cada vez que se podía; el hambre lo devoraba.
Queda claro que no sólo de pan vive el hombre y que las hambrunas pueden ser muy variadas, tan abigarradas como la naturaleza de nuestra ambición.
Estando en un puesto de observación, a pocos metros de una cantina, gozaba mi pelotón cavilando: ¿cómo llegar al almacén? Y hurgando dentro de él, al poco rato ya decidimos; unas cajas de botellines de una gran cerveza fueron izadas por el tejadillo de la bodega, sobre el vallado; desde ahí las prendieron los camaradas y soldados. Las arriaron al suelo y, unas en los bolsillos otras entre refajos y guerreras que con mucha maña se escondieron. Queriendo ya volver al puesto, tres oficiales nos molestaron: nuestros dos tenientes y el capitán que dejando allá en la barra el aburrimiento, se desprendieron con algunas auroras bien entonadas y, lástima para nosotros que ese recital acabara, ya todos estábamos fuera de nuestro observatorio e íbamos a ser descubiertos y sin coartada. Ellos pasaron delante y nuestro grupo en cuclillas detrás, cuando se aproximaron lo suficiente, ya sin pensar qué hacer; salió de mi boca un ¡alto, quién va! Mis compañeros les cercaron dando crédito a esa espontaneidad. Ellos reclamaron razones y un servidor se las da:
“Observando que se nos venían y sin saber quiénes son, dimos por bueno el cercarles y pedirles la identificación. Pues venían tan certeros a nuestro centro de observación que temimos ser sorprendidos en ese estrecho zulo sin apenas libertad de reacción. Ahora discúlpenos mi capitán por haberles echado el alto y a sus ordenes mi capitán.”
-Fue buena idea Gallardo. Ya pueden recoger y volver a la compañía.
Diez kilómetros anduvimos solos bajo una noche sin luna y las guerreras nos pesaban de los vidrios; por lo que decidimos tomarnos algunas. Llegamos casi borrachos a tres horas del toque diana y no se nos rompió ninguna. Las guardamos en el hogar del guerrillero y ahí duraron lo que duraron; que siempre es poco compañeros. Por que las bebidas, como los chorizos que hurtábamos al brigada en la cocina cada vez que se podía; el hambre lo devoraba.