SUCEDIÓ EN VERANO
Aquel año estaba el pueblo repleto de coches, hubo hasta quien aparcó en descampados; ya alejados un buen trecho del lugar donde se hospedaban. Otros lo hicieron a la sombra de algunas casuchas abandonadas que se hallaban muy cerca de la iglesia (llegándose desde la pendiente de nuestro Caño de las Monjas). Recuerdo que pasó por allí la procesión con nuestra Señora de La Asunción; unas entrenadas voces, en su mayor parte femeninas; por no asentir que fueran todas, iban cantándole tras la peana y, delante de ellas, nuestro párroco bajo el palio. Se oía el tambor y la dulzaina más apretado entre el gentío, marcando un son extraviado a los murmullos de aquel séquito trajeado en el que se hallaba metido. Así algunos otros avanzaban más presurosos, con niños de la mano; buscando la proximidad de la patrona. Y, desde un costado tímido, un servidor y su esposa intentaban reconocer a paisanos y familiares con contenido afán de entrar a saco en aquel hermoso recorrido.
Cuando terminó el sacro acto y nos retuvimos ante las costumbres de capricho, unas tapas y unos vasos; bien de refrescos o de vinos. Los tertulianos comentaban un lamentable suceso que hacía muy poco hubo sucedido ¡Qué fuera, qué Dios así lo quiso! En aquellas casuchas viejas que antes os dije, sus paredes cedieron; aquellos coches que se encontraban a las sombras de sus paredes quedaron aplastados por cascotes de las ruinas que cedieron. Alguno de ellos se apreciaba muy nuevo con la techumbre abollada en su lamentable estreno.
Aquel año estaba el pueblo repleto de coches, hubo hasta quien aparcó en descampados; ya alejados un buen trecho del lugar donde se hospedaban. Otros lo hicieron a la sombra de algunas casuchas abandonadas que se hallaban muy cerca de la iglesia (llegándose desde la pendiente de nuestro Caño de las Monjas). Recuerdo que pasó por allí la procesión con nuestra Señora de La Asunción; unas entrenadas voces, en su mayor parte femeninas; por no asentir que fueran todas, iban cantándole tras la peana y, delante de ellas, nuestro párroco bajo el palio. Se oía el tambor y la dulzaina más apretado entre el gentío, marcando un son extraviado a los murmullos de aquel séquito trajeado en el que se hallaba metido. Así algunos otros avanzaban más presurosos, con niños de la mano; buscando la proximidad de la patrona. Y, desde un costado tímido, un servidor y su esposa intentaban reconocer a paisanos y familiares con contenido afán de entrar a saco en aquel hermoso recorrido.
Cuando terminó el sacro acto y nos retuvimos ante las costumbres de capricho, unas tapas y unos vasos; bien de refrescos o de vinos. Los tertulianos comentaban un lamentable suceso que hacía muy poco hubo sucedido ¡Qué fuera, qué Dios así lo quiso! En aquellas casuchas viejas que antes os dije, sus paredes cedieron; aquellos coches que se encontraban a las sombras de sus paredes quedaron aplastados por cascotes de las ruinas que cedieron. Alguno de ellos se apreciaba muy nuevo con la techumbre abollada en su lamentable estreno.