Aquellos años fueron para mí una gran fuente de humanidad, aquella tienda marcó la personalidad que hoy poseo; quizás debido a que era un adolescente sin pulir, un metal virgen para ser moldeado. El destino me llevó a las manos de un cristiano practicante, volcado en adoraciones nocturnas y todo eso… Hombre de pueblo e hijo de otro humilde carnicero. El local siempre fue un traspaso, pertenecía a otro dueño. Llegaban a diario visitas de otras gentes muy sanas; amigos todos ellos. Y yo, en medio de ellos, maduraba en generosidad un montón. Aún recuerdo la confianza que estas personas transmitían y cómo se la tomaban también aquellos. Había un proveedor de Lumbier (nos traía corderos) que, cuando venía a Pamplona, siempre usaba nuestro inodoro sin tener pudor de este lugar tan indiscreto. Felix (que así se llamaba) no era de agraciada hermosura, tenía las orejas pobladas de mucho y negro pelo y, de sus narices, también asomaban unas puntas que daba horror casi el verlo. Cuando ya se marchaba actuábamos ¡Corre y abre la cortina, la puerta! Dos paneles de par en par, para que el aire se colara dentro. Preocupaba mucho la poca ventilación que teníamos y, sobre todo, si había clientes dentro.
La mejor hora del día, para mí, siempre fueron los almuerzos. El señor Gabriel (el patrón) gustaba de cocerse leche en un cacillo sobre un campin-gas pequeño. Lo llenaba de trozos de pan y, con una cucharada de azúcar, desayunaba. No comía nada más hasta que llegaba a su casa. Yo, en cambio, compraba un bollo de más de un palmo y lo llenaba de jamón con queso. Cuando él advertía esto me confesaba que: “a ti trae más cuenta comprarte un traje que invitarte a comer”.
La mejor hora del día, para mí, siempre fueron los almuerzos. El señor Gabriel (el patrón) gustaba de cocerse leche en un cacillo sobre un campin-gas pequeño. Lo llenaba de trozos de pan y, con una cucharada de azúcar, desayunaba. No comía nada más hasta que llegaba a su casa. Yo, en cambio, compraba un bollo de más de un palmo y lo llenaba de jamón con queso. Cuando él advertía esto me confesaba que: “a ti trae más cuenta comprarte un traje que invitarte a comer”.