- Las hermanitas Yullies, que cuando salgas para casa les lleves medio kilo de lomo y jamón de york; quieren hablar contigo-. Una sonrisilla maliciosa denotaba que había negocio para un servidor. Estas hermanas, ya pasadas de edad casadera, ostentaban un laboratorio de cremas embellecedoras para el sector femenino, vivían a dos calles más allá de nuestra tienda. Así que cuando marché para casa me acerque al piso de ellas, toqué al timbre y me dieron paso hasta el salón donde estaban tomando el sol con ropa interior y la combinación informalmente puesta. Casi echo a correr. En fin, me armé de valor y entramos en el tema que interesaba: ¿A cuánto me iban a pagar por buzonear esas cremas? Yo siempre regalaba a mi hermana un lote de ellas y, aunque por diez céntimos cada bolsita me parecía poco, admitía la mísera oferta.