EL PODER DEL FUEGO
Toda nuestra existencia transcurre al amparo del calor de un hogar. Desde que abrimos los ojos a la luz de la vida comenzamos a sentir el abrigo térmico de nuestro fuego, el flameante protector consanguíneo. Esas sonrisas que nos zarandea entre sus brazos, que nos agasaja y nos colma de besos. Desde que llegamos nunca nos faltan ellos. Hierve en la sangre eufórica ese tesón de querernos.
Cuando somos inocentes de todo, cuando de maldades no sabemos; la comunicación entre nosotros arde cómo un buen fuego. ¡Lástima de este nefasto mundo! Qué sabiendo entregar tanto bueno de todo, generosos no quede ninguno. Si acaso, entre las ascuas, resiste o persevera buen ánimo; el suficiente será lo bastante para negar que nos hundimos tanto. Y ¡Dios lo quiera! que el fuego no muera. Porque si pereciera para siempre la flama de esa esperanza… En los momentos tan cruciales que atravesamos hoy, es nuestra vetusta casa nuestra fuerza y resistencia; son los de siempre: los abuelos, los padres y, en algunos otros casos, hermanos queridos; los que nos ayudan a llevar las cargas cuando más nos pesan. El poder de la familia, cuando aún mantienen el fuego, es el contrafuerte que sujeta nuestro circo, nuestra frágil existencia.
Pedro G. G. les desea mucha suerte y fortuna para salir de esta etapa tan deprimente que estamos pasando.
Un abrazo desde Navarra
Toda nuestra existencia transcurre al amparo del calor de un hogar. Desde que abrimos los ojos a la luz de la vida comenzamos a sentir el abrigo térmico de nuestro fuego, el flameante protector consanguíneo. Esas sonrisas que nos zarandea entre sus brazos, que nos agasaja y nos colma de besos. Desde que llegamos nunca nos faltan ellos. Hierve en la sangre eufórica ese tesón de querernos.
Cuando somos inocentes de todo, cuando de maldades no sabemos; la comunicación entre nosotros arde cómo un buen fuego. ¡Lástima de este nefasto mundo! Qué sabiendo entregar tanto bueno de todo, generosos no quede ninguno. Si acaso, entre las ascuas, resiste o persevera buen ánimo; el suficiente será lo bastante para negar que nos hundimos tanto. Y ¡Dios lo quiera! que el fuego no muera. Porque si pereciera para siempre la flama de esa esperanza… En los momentos tan cruciales que atravesamos hoy, es nuestra vetusta casa nuestra fuerza y resistencia; son los de siempre: los abuelos, los padres y, en algunos otros casos, hermanos queridos; los que nos ayudan a llevar las cargas cuando más nos pesan. El poder de la familia, cuando aún mantienen el fuego, es el contrafuerte que sujeta nuestro circo, nuestra frágil existencia.
Pedro G. G. les desea mucha suerte y fortuna para salir de esta etapa tan deprimente que estamos pasando.
Un abrazo desde Navarra