DIAS DE ADVIENTO
Hoy, lunes… primer día de vacaciones; sólo yo tengo libertad plena para hacer e ir donde me de la real gana. Mi esposa, como siempre, en sus compromisos irrevelables: una agenda de última hora, servicios pactados con su palabra hacia unos favores que, no sé por qué, pero no me ha sorprendido; son tantos años ya a su lado que (pensando con franqueza) lo contrario sí me abría alarmado. Ahora la casa ya se va quedando recogida, esos toques que toda ama de casa da cuando se va para unos días: ropas lavadas y planchadas, armarios desempolvados; compras previstas para el mozo que se queda en casa y, tras convencerse que no hay vuelta de planes, cuando ya ha regateado las fechas de salida; falta cumplir con los abuelos y dictarles dónde y hasta cuando solicitar en otra puerta la ayuda. Una mañanita atareada para ser hoy nuestro primer día.
Es la mañana tan soleada que me ha cargado las pilas, he cogido un limpiacristales y un mal trapo viejo; como un machote del norte partí en manga corta y, embriagado de ilusión, abordé esa puesta a punto de nuestro coche: limpieza en profundidad de su interior (que ya buena falta hacía) con un aspirador industrial allá, bajo la techumbre de un lavadero privado; subyugado a la estación de servicios en la que pude medir la presión de las ruedas y llenar de gasolina el depósito antes que más nos la suban. ¡Qué rato más agradable! Tantas cosas tuve que sacar del vehículo… Ya, desde que lo usamos madre, hija y un servidor, ha perdido carácter masculino mi auto (ya no es sólo mío). Y todo el maletero se halla repleto de bolsas vacías para el mercado, las puertas (las que tienen posibilidades para depositar útiles) rebosan de ambientadores, pañuelos de papel y quita esmaltes (de las uñas); el salpicadero, barajado de documentaciones y compresas; ya, porque es necesario, un mal botiquín de urgencias y esas otras cajitas femeninas de potingues, sombras y lápices de ojos que siempre ellas llevan. En la puerta del copiloto van los discos, oportunamente prensados ¡Gracias a Dios! Y, después de pasar el Opel por la máquina, en un especial de limpiado; me paro a pensar y valorar que, desde dentro, este coche no tiene toques propios de mi uso; que ya me lo han quitado.
EL VIERNES NOS VEMOS PAISANOS
Pedro G. G.
Hoy, lunes… primer día de vacaciones; sólo yo tengo libertad plena para hacer e ir donde me de la real gana. Mi esposa, como siempre, en sus compromisos irrevelables: una agenda de última hora, servicios pactados con su palabra hacia unos favores que, no sé por qué, pero no me ha sorprendido; son tantos años ya a su lado que (pensando con franqueza) lo contrario sí me abría alarmado. Ahora la casa ya se va quedando recogida, esos toques que toda ama de casa da cuando se va para unos días: ropas lavadas y planchadas, armarios desempolvados; compras previstas para el mozo que se queda en casa y, tras convencerse que no hay vuelta de planes, cuando ya ha regateado las fechas de salida; falta cumplir con los abuelos y dictarles dónde y hasta cuando solicitar en otra puerta la ayuda. Una mañanita atareada para ser hoy nuestro primer día.
Es la mañana tan soleada que me ha cargado las pilas, he cogido un limpiacristales y un mal trapo viejo; como un machote del norte partí en manga corta y, embriagado de ilusión, abordé esa puesta a punto de nuestro coche: limpieza en profundidad de su interior (que ya buena falta hacía) con un aspirador industrial allá, bajo la techumbre de un lavadero privado; subyugado a la estación de servicios en la que pude medir la presión de las ruedas y llenar de gasolina el depósito antes que más nos la suban. ¡Qué rato más agradable! Tantas cosas tuve que sacar del vehículo… Ya, desde que lo usamos madre, hija y un servidor, ha perdido carácter masculino mi auto (ya no es sólo mío). Y todo el maletero se halla repleto de bolsas vacías para el mercado, las puertas (las que tienen posibilidades para depositar útiles) rebosan de ambientadores, pañuelos de papel y quita esmaltes (de las uñas); el salpicadero, barajado de documentaciones y compresas; ya, porque es necesario, un mal botiquín de urgencias y esas otras cajitas femeninas de potingues, sombras y lápices de ojos que siempre ellas llevan. En la puerta del copiloto van los discos, oportunamente prensados ¡Gracias a Dios! Y, después de pasar el Opel por la máquina, en un especial de limpiado; me paro a pensar y valorar que, desde dentro, este coche no tiene toques propios de mi uso; que ya me lo han quitado.
EL VIERNES NOS VEMOS PAISANOS
Pedro G. G.