DESDE LA IMAGINACIÓN A LA REALIDAD: LOS HORCOS (2)
Estas paredes de piedra debieron de ser aquellas que vi, rezumaba el agua, era un manantial a sus pies; no pregunte por su nombre, pues recordaba que un día se mostró en nuestro foro. Sobre esta pared había otra y, más arriba una poza muy lejana. Seguimos la cuesta deambulando, salvando los rodeos; mi hermano buscaba una cumbre porque no recordaba el trazado cabal del trayecto. Él sabía que de frente, arriba y luego hacía abajo se llegaba al destino; era un andar de cabrero, como si nuestro afán fuesen los pastos y, sofocado más que un carnero, yo maldecía el tabaco, las birras y los chupitos más que mi sobre peso. De vez en cuando un rebollo, unas jaras o tomillos, desniveles de raíces que a mis pies torturaban. Y todo empinado hasta la cima de una divisoria clara.
- ¡Ves, como te decía, ahí sale la senda!- El cabrero me animaba. Y descendiendo esta loma, una caída tan vertical como abrupta; serpenteaba delante de mí y, con su dedo, me señalaba los pasos más descansados para mi renca zancada. Yo… testarudo, por acortar esa distancia; metía el talón de mis botas a fondo, tensando el musculo más sensible al choque cuando sobre la tullida pierna cargaba y, marcando capacidad de sufrimiento, en recto a su encuentro bajaba.
Pedro G. G. mañana os contará más.
Estas paredes de piedra debieron de ser aquellas que vi, rezumaba el agua, era un manantial a sus pies; no pregunte por su nombre, pues recordaba que un día se mostró en nuestro foro. Sobre esta pared había otra y, más arriba una poza muy lejana. Seguimos la cuesta deambulando, salvando los rodeos; mi hermano buscaba una cumbre porque no recordaba el trazado cabal del trayecto. Él sabía que de frente, arriba y luego hacía abajo se llegaba al destino; era un andar de cabrero, como si nuestro afán fuesen los pastos y, sofocado más que un carnero, yo maldecía el tabaco, las birras y los chupitos más que mi sobre peso. De vez en cuando un rebollo, unas jaras o tomillos, desniveles de raíces que a mis pies torturaban. Y todo empinado hasta la cima de una divisoria clara.
- ¡Ves, como te decía, ahí sale la senda!- El cabrero me animaba. Y descendiendo esta loma, una caída tan vertical como abrupta; serpenteaba delante de mí y, con su dedo, me señalaba los pasos más descansados para mi renca zancada. Yo… testarudo, por acortar esa distancia; metía el talón de mis botas a fondo, tensando el musculo más sensible al choque cuando sobre la tullida pierna cargaba y, marcando capacidad de sufrimiento, en recto a su encuentro bajaba.
Pedro G. G. mañana os contará más.