DESDE LA IMAGINACIÓN A LA REALIDAD: LOS HORCOS (4)
Con la mirada en el suelo, buscando cómo asentar el siguiente paso, no fui consciente de aquella aparición hasta que la voz de mi hermano se me metió en la oreja.
- ¡Mira, ya estamos ante el cruce de los dos arroyos! “el de Paso Malo y Matarrubias”.- Sobre un altozano me recreaba pensando en un extraviado pasado, en aquellos años en los que aún vivíamos en nuestro pueblo; en aquella finca que, a día de hoy, fluctúa su nombre entre un símil o una emulación del terreno en la distante memoria de mis hermanos. Manuel (el hermano que ocupa la casa del número veinticuatro en Salas Pombo durante el verano) me hablaba de esa forma de cuchillo que tenía el monte donde la finca de mi padre, allá… tras pasar el arroyo. Y, dubitativo, ya no acierta si se llamaba “cerrito verdequea”; cabecea y, al rato se corrige, asegura con fiabilidad que la “Majá Gordo”. Pero tras unos sorbos del café que estábamos tomando en la mesa de su cocina, da un sobresalto eufórico, considera imperativo un nombre bastante raro: “Con mucha hierba”, eso… mucha hierba. Y se sosiega.
Con aquel rosario de nombres dio lugar a unas confesiones, unos momentos de felicidad que compartió con Ángel y Antonio (otro de nuestros hermanos) que se juntaban en cuadrilla de amigos. Entre ellos: Félix y su hermano Miguel (de los “coquillos”); no faltaban “Alemanes” (sobrinos de mi tía Nieves< hija del “Tío Bartolo”). Algunas veces iba Juan (más hermanos).
-Solíamos bajar al charco de La Candela; está más abajo, pegando a la que era entonces finca de “Los Marotos”. Yo me bañé en el pozo de los Horcos. Me tiraba y, como es tan corto el recorrido, me agarraba enseguida a la otra orilla.- Me alegré de recibir esta información y, ante la curiosidad, le pregunté si hacía pie en el pozo. Pero nunca lo intentó.
Pedro G. G. agradece vuestro seguimiento de estos relatos y, ante vuestra paciencia, os iré narrando otro día más.
Con la mirada en el suelo, buscando cómo asentar el siguiente paso, no fui consciente de aquella aparición hasta que la voz de mi hermano se me metió en la oreja.
- ¡Mira, ya estamos ante el cruce de los dos arroyos! “el de Paso Malo y Matarrubias”.- Sobre un altozano me recreaba pensando en un extraviado pasado, en aquellos años en los que aún vivíamos en nuestro pueblo; en aquella finca que, a día de hoy, fluctúa su nombre entre un símil o una emulación del terreno en la distante memoria de mis hermanos. Manuel (el hermano que ocupa la casa del número veinticuatro en Salas Pombo durante el verano) me hablaba de esa forma de cuchillo que tenía el monte donde la finca de mi padre, allá… tras pasar el arroyo. Y, dubitativo, ya no acierta si se llamaba “cerrito verdequea”; cabecea y, al rato se corrige, asegura con fiabilidad que la “Majá Gordo”. Pero tras unos sorbos del café que estábamos tomando en la mesa de su cocina, da un sobresalto eufórico, considera imperativo un nombre bastante raro: “Con mucha hierba”, eso… mucha hierba. Y se sosiega.
Con aquel rosario de nombres dio lugar a unas confesiones, unos momentos de felicidad que compartió con Ángel y Antonio (otro de nuestros hermanos) que se juntaban en cuadrilla de amigos. Entre ellos: Félix y su hermano Miguel (de los “coquillos”); no faltaban “Alemanes” (sobrinos de mi tía Nieves< hija del “Tío Bartolo”). Algunas veces iba Juan (más hermanos).
-Solíamos bajar al charco de La Candela; está más abajo, pegando a la que era entonces finca de “Los Marotos”. Yo me bañé en el pozo de los Horcos. Me tiraba y, como es tan corto el recorrido, me agarraba enseguida a la otra orilla.- Me alegré de recibir esta información y, ante la curiosidad, le pregunté si hacía pie en el pozo. Pero nunca lo intentó.
Pedro G. G. agradece vuestro seguimiento de estos relatos y, ante vuestra paciencia, os iré narrando otro día más.