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DESDE LA IMAGINACIÓN A LA REALIDAD: LOS HORCOS (8)
En cuanto que volvimos a vadear el arroyo y tomar esa precoz pendiente, ya dejando a nuestras espaldas el Cerrito de los Horcos, avistamos la senda que trazaba el itinerario habitual; iba ganando altura paulatinamente, bordeando a media ladera aquella accidentada pendiente que hubimos aventurado antes. Todo pronóstico vaticinaba un recorrido mucho más descansado, siempre girando en busca del barranco que conformaban los Borbollones y la vaguada que se extendía desde Agualmedio (supongo que las aguas que humedecían aquellos suelos procedían de la fuente Robleo).
El calor me sofocaba tanto como la ropa de lana y la bandolera. Mi hermano avanzaba en mangas de camisa y el jersey volcado sobre su espalda. Se paraba en cada cierto momento o tramos y me halaba; me decía que estas pendientes hay que ascenderlas con calma, tomando un respiro de vez en cuando. También me propuso que me quitara la chaquetilla de lana para que yo fuera más fresco pero… el agotamiento y la desgana que llevaba conmigo, vencía todo ánimo de tal manera, que preferí soportar ese inconveniente. Con la respiración sofocada le seguí a una discreta distancia que marcaba él.
En cuanto que volvimos a vadear el arroyo y tomar esa precoz pendiente, ya dejando a nuestras espaldas el Cerrito de los Horcos, avistamos la senda que trazaba el itinerario habitual; iba ganando altura paulatinamente, bordeando a media ladera aquella accidentada pendiente que hubimos aventurado antes. Todo pronóstico vaticinaba un recorrido mucho más descansado, siempre girando en busca del barranco que conformaban los Borbollones y la vaguada que se extendía desde Agualmedio (supongo que las aguas que humedecían aquellos suelos procedían de la fuente Robleo).
El calor me sofocaba tanto como la ropa de lana y la bandolera. Mi hermano avanzaba en mangas de camisa y el jersey volcado sobre su espalda. Se paraba en cada cierto momento o tramos y me halaba; me decía que estas pendientes hay que ascenderlas con calma, tomando un respiro de vez en cuando. También me propuso que me quitara la chaquetilla de lana para que yo fuera más fresco pero… el agotamiento y la desgana que llevaba conmigo, vencía todo ánimo de tal manera, que preferí soportar ese inconveniente. Con la respiración sofocada le seguí a una discreta distancia que marcaba él.