MI GRAN AMIGO GUILLERMO (5ª entrega)
Hubo mañanas muy alegres, amaneceres con sol que guían los acontecimientos; calles que despiertan temprano y se visten de cisternas llenas de leche. Así aparecieron colocadas aquellas plateadas lecheras y, en la puerta de mi amigo, paró el camión cisterna. Bajó un señor con un frasquito y echó dos gotitas en ellas. Parece ser que algunos especulan con agua que detecta esas goteras. El embase de don Victoriano es leche cabal y de la buena.
Tenía una casilla en mi calle, según se sale a la carretera; era donde nos juntábamos cuando las vacas volvían con las ubres llenas. Mugían los animales para que alguien la puerta le abriera. Ellas solas aparecían, no hubo nadie que las trajera. Qué curiosas vacas eran ellas. Y ya, con un banquillo y un tajo, Guillermo se acercaba a éstas. Se aseaba las manos antes de prenderles las tetas. Viéndole parecía sencillo, ordeñar lo hace cualquiera (pensé); pero cuando me dejó practicar… no salía una gota de ellas.
- ¡Pero si es muy sencillo! No tienes más que tirar hacia abajo. –Y él alternaba cerrando los dedos y estrujando la mama para que un buen chorro saliera. Me puse al compás, con otro apéndice de esas ubres, y pude chorrear en la calderilla la leche con una sonrisa tan alegre que, en unos segundos, Guillermo me chorreó la boca con su ordeño y comenzó una juerga.
Hubo mañanas muy alegres, amaneceres con sol que guían los acontecimientos; calles que despiertan temprano y se visten de cisternas llenas de leche. Así aparecieron colocadas aquellas plateadas lecheras y, en la puerta de mi amigo, paró el camión cisterna. Bajó un señor con un frasquito y echó dos gotitas en ellas. Parece ser que algunos especulan con agua que detecta esas goteras. El embase de don Victoriano es leche cabal y de la buena.
Tenía una casilla en mi calle, según se sale a la carretera; era donde nos juntábamos cuando las vacas volvían con las ubres llenas. Mugían los animales para que alguien la puerta le abriera. Ellas solas aparecían, no hubo nadie que las trajera. Qué curiosas vacas eran ellas. Y ya, con un banquillo y un tajo, Guillermo se acercaba a éstas. Se aseaba las manos antes de prenderles las tetas. Viéndole parecía sencillo, ordeñar lo hace cualquiera (pensé); pero cuando me dejó practicar… no salía una gota de ellas.
- ¡Pero si es muy sencillo! No tienes más que tirar hacia abajo. –Y él alternaba cerrando los dedos y estrujando la mama para que un buen chorro saliera. Me puse al compás, con otro apéndice de esas ubres, y pude chorrear en la calderilla la leche con una sonrisa tan alegre que, en unos segundos, Guillermo me chorreó la boca con su ordeño y comenzó una juerga.