MI GRAN AMIGO GUILLERMO (6ª entrega)
Quizás, lo que más compartimos mi amigo y yo, fueron esos esporádicos paseos llevando su ganado; silbidos acuciadores a los que las vacas respondían con mugidos desdeñosos y terquedad muy consabida.
Estaba ya tan familiarizado con sus mulas aquel año que me dejé llevar por un impulso que ardía dentro de mí. Salté a lo desesperado para emprender una nueva de esas ricas salidas sobre el aparejo y se volvió indomable la acémila. Arremetiendo coces al aire y rebuznando como un burro aterrado; intentando defenderse tal podía. Era como en las películas del oeste que tanto me cautivan. Yo me agarré a la cincha, me sostuve como podía. En el rato que sacó Guillermo a las otras bestias que había. Ya… las vacas en la calle y yo patas arriba; se había girado el aparejo, lo supe cuanto lo vi arriba; pues mi cabeza entre las patas sintieron la suerte de no sufrir heridas. Allá, apoyado sobre el marco de la puerta, mi amigo se reía.
Quizás, lo que más compartimos mi amigo y yo, fueron esos esporádicos paseos llevando su ganado; silbidos acuciadores a los que las vacas respondían con mugidos desdeñosos y terquedad muy consabida.
Estaba ya tan familiarizado con sus mulas aquel año que me dejé llevar por un impulso que ardía dentro de mí. Salté a lo desesperado para emprender una nueva de esas ricas salidas sobre el aparejo y se volvió indomable la acémila. Arremetiendo coces al aire y rebuznando como un burro aterrado; intentando defenderse tal podía. Era como en las películas del oeste que tanto me cautivan. Yo me agarré a la cincha, me sostuve como podía. En el rato que sacó Guillermo a las otras bestias que había. Ya… las vacas en la calle y yo patas arriba; se había girado el aparejo, lo supe cuanto lo vi arriba; pues mi cabeza entre las patas sintieron la suerte de no sufrir heridas. Allá, apoyado sobre el marco de la puerta, mi amigo se reía.