MI GRAN AMIGO GUILLERMO (10 entrega)
La buena ventura no solo la vaticinan los gitanos, cabe suponer que cuando se nace con una generosa estrella o, por entendernos mejor, con un buen sino que nos guía y acompaña en nuestro éxodo por la vida nos podemos sentir bendecidos e incluso libres de vaticinios y orientados.
Cuando llegó mi amigo del pueblo ya le tenían una propuesta de trabajo en un obrador de pastelería. Yo me enteré al día siguiente de que él se presentara. Parece ser que nuestro paisano era muy pequeño y no alcanzaba a cierto punto del horno, lugar o… yo qué sé la escusa real. No debió reunir los requisitos que la empresa buscaba. Desde ese momento desperté a una realidad que jamás presté atención: Guillermo era más pequeño que yo ¡cómo era posible! Pero si para mí siempre fue un gigante sobre su yegua, tan valiente y sabio trabajador en el ganado. Fuera de nuestro hábitat natural cuánto cambiamos.
Y un día o dos, quizás fueran tres; no importa cuántos… el hecho es que quedé con él para tantear algunas empresas y colocarlo. Si hoy nos paráramos a mirar ese acontecimiento, esos dos niños de quince años (dieciséis a lo sumo) sorteando puerta a puerta el destino de uno de ellos; esa tierna imagen nos cautivaría. Y así debió de impactar en aquel carnicero que se lo quedó. Lo imagino así porque nos quiso contratar a los dos.
La buena ventura no solo la vaticinan los gitanos, cabe suponer que cuando se nace con una generosa estrella o, por entendernos mejor, con un buen sino que nos guía y acompaña en nuestro éxodo por la vida nos podemos sentir bendecidos e incluso libres de vaticinios y orientados.
Cuando llegó mi amigo del pueblo ya le tenían una propuesta de trabajo en un obrador de pastelería. Yo me enteré al día siguiente de que él se presentara. Parece ser que nuestro paisano era muy pequeño y no alcanzaba a cierto punto del horno, lugar o… yo qué sé la escusa real. No debió reunir los requisitos que la empresa buscaba. Desde ese momento desperté a una realidad que jamás presté atención: Guillermo era más pequeño que yo ¡cómo era posible! Pero si para mí siempre fue un gigante sobre su yegua, tan valiente y sabio trabajador en el ganado. Fuera de nuestro hábitat natural cuánto cambiamos.
Y un día o dos, quizás fueran tres; no importa cuántos… el hecho es que quedé con él para tantear algunas empresas y colocarlo. Si hoy nos paráramos a mirar ese acontecimiento, esos dos niños de quince años (dieciséis a lo sumo) sorteando puerta a puerta el destino de uno de ellos; esa tierna imagen nos cautivaría. Y así debió de impactar en aquel carnicero que se lo quedó. Lo imagino así porque nos quiso contratar a los dos.