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Estuve por no mandártelo pero creo que merece la pena. Tras leer a Luis Chamizo se me pasó esto por la cabeza. Un saludo Manchega.
RESENTIR DE UN POEMA
Y leo palabras que nunca escuché, siento la fuerza de esa calda extremeña; pábulos que el sol quema. Y, en imaginación, calles que nadie olvida pero que, a la ofensa de la febril flama estelar, nadie se atreve a salir fuera; es tan sublime el desdén y están tan abatidos los cuerpos que nadie perdona la siesta.
¡Qué estampa triste en los ojos y oídos! Iglesias sin coro de trinos. ¡Es tan pesado el aire! que no llega vida ni oxígeno. Allá, donde la fresca, quizás bajo la mimbre o las charnecas se pueda sentir a estas desaparecidas almas… más su voz no llega. Es la plaga del dios Vulcano la que a la ribera asola.
Son los oscuros sirvientes ociosos los que su cara asoman. Los que la providencia quiso vestir en armadura y, hasta ésta, en sus cuerpos pesa; se escucha, pese al coraje, desde las tortuosas bocanadas de hálito su plañidero lamento de protesta por servir a un fin divino.
Y es trémula la tarde, trae presagio pausado; está acaso cambiando el humor de la madre fortuna y a Eolo le da rienda suelta. Retoza el magma genuino de sonrisas que le llegan. Sacude todas las penas, toma lo que siempre fue suyo y, sus juguetes, comparte con los alisios; mientras nuestra mentes sueñan. Y, al pronto, todo vuelve como antes; es el rigor del verano quien gobierna.
Pedro G. G. con ánimo de distraer un poco a nuestro foro.
RESENTIR DE UN POEMA
Y leo palabras que nunca escuché, siento la fuerza de esa calda extremeña; pábulos que el sol quema. Y, en imaginación, calles que nadie olvida pero que, a la ofensa de la febril flama estelar, nadie se atreve a salir fuera; es tan sublime el desdén y están tan abatidos los cuerpos que nadie perdona la siesta.
¡Qué estampa triste en los ojos y oídos! Iglesias sin coro de trinos. ¡Es tan pesado el aire! que no llega vida ni oxígeno. Allá, donde la fresca, quizás bajo la mimbre o las charnecas se pueda sentir a estas desaparecidas almas… más su voz no llega. Es la plaga del dios Vulcano la que a la ribera asola.
Son los oscuros sirvientes ociosos los que su cara asoman. Los que la providencia quiso vestir en armadura y, hasta ésta, en sus cuerpos pesa; se escucha, pese al coraje, desde las tortuosas bocanadas de hálito su plañidero lamento de protesta por servir a un fin divino.
Y es trémula la tarde, trae presagio pausado; está acaso cambiando el humor de la madre fortuna y a Eolo le da rienda suelta. Retoza el magma genuino de sonrisas que le llegan. Sacude todas las penas, toma lo que siempre fue suyo y, sus juguetes, comparte con los alisios; mientras nuestra mentes sueñan. Y, al pronto, todo vuelve como antes; es el rigor del verano quien gobierna.
Pedro G. G. con ánimo de distraer un poco a nuestro foro.