UN DÍA ENTRE GENTE MARAVILLOSA (tercera entrega)
La ventana del dormitorio estaba abierta con los visillos echados. Se procuraba mantener algo de fresco, una sutil corriente que cambiara la atmósfera que respirábamos. Y alguna mosca se coló. Nos perturbaba el descanso posándose en nuestra cara o brazos, el zumbido de sus alas, cuando rasaba las orejas, nos hacía girarnos una y otra vez de postura. Ahíto de su presencia y con los nervios a flor de piel, encendí la luz. Tomé una de mis zapatillas y exploré cada rincón donde podía posarse. Algunas veces la vi, tan diminuta y tan molesta plantándose sobre la sábana y aproveché a atacarle sin ninguna suerte. ¡Qué noche nos dio!
Horas más tarde, ya de día, se le ocurrió a mi esposa dejar el cuarto a oscuras con una pequeña rendija de luz hacia la calle en la ventana. Se suponía que buscaría la luz y se marcharía pero no, a esta le iba quedarse en casa. En fin, aprendimos a convivir con esa cojonera que, en última instancia, logré abatirla una vez ya vestido y en espera de que mi hermano viniera del huerto. Era entonces cuando deberíamos ir a Lagunilla y pasar el día con mi otro hermano que se llegó de Navarra a pasar las fiestas.
¡Buenos días pueblo! Ya veo que hay pereza en escribir pero no importa con ustedes leyendo me veo agradecido. Salud para todos: Pedro G. G.
La ventana del dormitorio estaba abierta con los visillos echados. Se procuraba mantener algo de fresco, una sutil corriente que cambiara la atmósfera que respirábamos. Y alguna mosca se coló. Nos perturbaba el descanso posándose en nuestra cara o brazos, el zumbido de sus alas, cuando rasaba las orejas, nos hacía girarnos una y otra vez de postura. Ahíto de su presencia y con los nervios a flor de piel, encendí la luz. Tomé una de mis zapatillas y exploré cada rincón donde podía posarse. Algunas veces la vi, tan diminuta y tan molesta plantándose sobre la sábana y aproveché a atacarle sin ninguna suerte. ¡Qué noche nos dio!
Horas más tarde, ya de día, se le ocurrió a mi esposa dejar el cuarto a oscuras con una pequeña rendija de luz hacia la calle en la ventana. Se suponía que buscaría la luz y se marcharía pero no, a esta le iba quedarse en casa. En fin, aprendimos a convivir con esa cojonera que, en última instancia, logré abatirla una vez ya vestido y en espera de que mi hermano viniera del huerto. Era entonces cuando deberíamos ir a Lagunilla y pasar el día con mi otro hermano que se llegó de Navarra a pasar las fiestas.
¡Buenos días pueblo! Ya veo que hay pereza en escribir pero no importa con ustedes leyendo me veo agradecido. Salud para todos: Pedro G. G.