UN DÍA ENTRE GENTE MARAVILLOSA (octava entrega)
Algo huele a quemado. ¿Qué se quema? Advierten sentadas desde nuestro poyo mis cuñadas y mi esposa. Yo tiro el purito exaltado y corro a la cocina raudo, aprehendo la cuchara de palo y rasco profundo el cacharro; compruebo que apenas se ha tostado la base de tres o cuatro trozos de carne ¡Dios mío que suerte! Aún tiene remedio la cosa. Echo algo de agua y, con esperanza, remuevo una y otra vez hasta que se termina de poner en su punto. La comida está presta.
Sentados miran al plato (costillas guisadas con patatas fritas) y dudan de que estén muy secas. Podría ser apariencia de sus dorados tonos, tan refrita ella; pero, a pesar de los comentarios anticipados, sonríen los peores dentados y jalean que está tierna, muy tierna. Primero fue la carne lo que se zamparon y tras ello la ensalada, se rompió el orden; no querían que se enfriara ¡Ya sé que tarda un rato! Fue culpa de “la guapa” (así llaman a mi cuñada Nieves), se empeñó en que fuésemos al vermú justo apagar el fuego.
Tras comer no hubo siesta. Salimos calle arriba hacia el ayuntamiento para buscar la Calle del Emigrante y, bajo unas parras, encontramos la escalera que da acceso a la casa de Pedro “el serrana”; no les dejamos dormir la siesta. Unos chupitos de aguardiente y café nos acompañaron la visita de estas gentes nuestras.
Algo huele a quemado. ¿Qué se quema? Advierten sentadas desde nuestro poyo mis cuñadas y mi esposa. Yo tiro el purito exaltado y corro a la cocina raudo, aprehendo la cuchara de palo y rasco profundo el cacharro; compruebo que apenas se ha tostado la base de tres o cuatro trozos de carne ¡Dios mío que suerte! Aún tiene remedio la cosa. Echo algo de agua y, con esperanza, remuevo una y otra vez hasta que se termina de poner en su punto. La comida está presta.
Sentados miran al plato (costillas guisadas con patatas fritas) y dudan de que estén muy secas. Podría ser apariencia de sus dorados tonos, tan refrita ella; pero, a pesar de los comentarios anticipados, sonríen los peores dentados y jalean que está tierna, muy tierna. Primero fue la carne lo que se zamparon y tras ello la ensalada, se rompió el orden; no querían que se enfriara ¡Ya sé que tarda un rato! Fue culpa de “la guapa” (así llaman a mi cuñada Nieves), se empeñó en que fuésemos al vermú justo apagar el fuego.
Tras comer no hubo siesta. Salimos calle arriba hacia el ayuntamiento para buscar la Calle del Emigrante y, bajo unas parras, encontramos la escalera que da acceso a la casa de Pedro “el serrana”; no les dejamos dormir la siesta. Unos chupitos de aguardiente y café nos acompañaron la visita de estas gentes nuestras.