UN DÍA ENTRE GENTE MARAVILLOSA (doceava entrega)
Cuando recibimos a alguien nos volcamos en darles siempre lo mejor de nosotros, en colmarles de atenciones y, a pesar de todo, siempre nos queda la sensación de no acertar; de que seguramente más que ayudar estemos entorpeciendo, incomodando. Pero en esta ocasión no hubo torpeza, todo fluía de una manera tan natural y afectiva que se podía sentir la seguridad y la confianza entre nosotros. Descubrir unas personas con un carácter tan afable y jovial nos brindó una gran velada.
Propuse sentarnos en la terraza del bar Feliciano para estar cómodos y charlar lo más sosegado posible pero otro tomó el mando y nos arrastró hacia un paseo que terminó en la fuente de Los Mártires. Desde ese punto, yo en la sombra de los guías, escuchaba cómo uno mostraba los pinos; la garita del guarda que, afinando la atención, se podía distinguir y, con alguna otra explicación, se les hizo saber los términos de Paso Malo y, apelando a la imaginación, los calculados arroyos que vician el Pozo de los Orcos tras la caída de esa loma que estábamos mirando. Si en algún momento abrí la boca fue para decir que, mirando hacia los riscos y señalando un sombrío cordel de piedras, “por allá está la fuente de La Víbora” y, en cuanto me oyó mi hermano Manuel, me corrigió. ¡No, no! La fuente esa está más atrás y desde aquí no se ve. Estaba claro que “Ultimo Templario” acababa de hallar no sólo un Amatos sino unos cuantos de ellos.
Con curiosidad por el pantano de Gabriel y Galán fuimos tomando la cuesta arriba para orientarnos lo más alto y, si era posible, en la mejor y más precisa línea de observación.
Cuando recibimos a alguien nos volcamos en darles siempre lo mejor de nosotros, en colmarles de atenciones y, a pesar de todo, siempre nos queda la sensación de no acertar; de que seguramente más que ayudar estemos entorpeciendo, incomodando. Pero en esta ocasión no hubo torpeza, todo fluía de una manera tan natural y afectiva que se podía sentir la seguridad y la confianza entre nosotros. Descubrir unas personas con un carácter tan afable y jovial nos brindó una gran velada.
Propuse sentarnos en la terraza del bar Feliciano para estar cómodos y charlar lo más sosegado posible pero otro tomó el mando y nos arrastró hacia un paseo que terminó en la fuente de Los Mártires. Desde ese punto, yo en la sombra de los guías, escuchaba cómo uno mostraba los pinos; la garita del guarda que, afinando la atención, se podía distinguir y, con alguna otra explicación, se les hizo saber los términos de Paso Malo y, apelando a la imaginación, los calculados arroyos que vician el Pozo de los Orcos tras la caída de esa loma que estábamos mirando. Si en algún momento abrí la boca fue para decir que, mirando hacia los riscos y señalando un sombrío cordel de piedras, “por allá está la fuente de La Víbora” y, en cuanto me oyó mi hermano Manuel, me corrigió. ¡No, no! La fuente esa está más atrás y desde aquí no se ve. Estaba claro que “Ultimo Templario” acababa de hallar no sólo un Amatos sino unos cuantos de ellos.
Con curiosidad por el pantano de Gabriel y Galán fuimos tomando la cuesta arriba para orientarnos lo más alto y, si era posible, en la mejor y más precisa línea de observación.