UN DÍA ENTRE GENTE MARAVILLOSA (dieciseisava entrega)
Hicimos oído sordo. Fulgencio se presenta y, con algo de prisa, se va a preparar un ensayo musical. La presencia de nuestras amigas nos secuestra y, en el descuido de esas prisas que al rato nos vuelven a recordar, volvemos con desgana al grupo. Así pues que les damos dos besos y nos sentamos para terminar nuestra consumición. No faltó hostigamiento por parte de algunos impacientes por ver la película. Incluso, cuando terminamos la bebida, se adelantaron presurosos y nos dejaron varios metros por detrás. Yo diría que se olvidaron de nosotros. No nos importó mucho porque íbamos muy gustosos intercambiando confidencias. Nuestras esposas congeniaban y se proponía volver a juntarnos con más tiempo en un futuro. Y, mirando cómo desaparecían cuesta abajo el otro grupo, me sentí algo avergonzado de ese gesto tan irreflexivo que tuvieron para con nosotros. Una falta infantil de consideración que me llevó a confesar que: “la familia no es una cosa que se pueda elegir y cada uno tiene que apechugar con la que le ha tocado”. Vergüenza ajena que, sin mala intención, nos suelen infligir algunas veces por debilidades incontrolables e infantiles los más queridos allegados.
Llegando a la plaza los encontramos tomando mesa y, en ese momento, nuestros amigos expusieron sus prisas para volver a Puerto de Béjar. Estaban algo desorientados y, Alicia, me preguntó cómo se llegaban al coche. No tenía perdida, bastaba con seguir la calle y, en cuanto superasen la curva de ésta, ya avistarían su vehículo.
Se marcharon. Ya hubimos pedido nuestros refrescos. La plaza presentaba un grupo muy centrado en la proyección a partir del proyector hacia adelante pero, los que estábamos más atrás, no dejábamos de hablar y hablar; a la puerta del bar de Salu se vivían otras inquietudes. Vicente “chaqueta” intentaba llamar la atención de mis hermanos con jocosas e increpantes palabras. No cesaba de decirle que él no era del pueblo, de recordarle a Ángel que era del Cerro. Y mi hermano callaba y me sonreía. Pero yo me di por aludido y, con voz desenfadada, medio grité:- ¡Yo soy español- Con ánimo de gravar mi derecho a estar ahí. Nadie entró al trapo. “Chaqueta” se desplazo al cruce de la calle que entraba en la plaza delante nuestra mesa. Ricardo “ricardito” para nosotros, se paseaba sin camisa un voy vengo ante nosotros y “chaqueta” (que ya llevaba un rato sin meterse con nadie. Pero Ricardo, en su aburrimiento, le perturbó la paz con amenazas en chanza: - ¡No te metas con mi amigo Pedro que te doy dos hostias!- decía. Pero si no había abierto la boca. No parecía despertar mucho interés la película y, seguramente, porque no la seguíamos desde el principio. Sin terminar, mis acompañantes (culos de mal asiento), ya estaban proponiendo irnos a cenar a casa.
Hicimos oído sordo. Fulgencio se presenta y, con algo de prisa, se va a preparar un ensayo musical. La presencia de nuestras amigas nos secuestra y, en el descuido de esas prisas que al rato nos vuelven a recordar, volvemos con desgana al grupo. Así pues que les damos dos besos y nos sentamos para terminar nuestra consumición. No faltó hostigamiento por parte de algunos impacientes por ver la película. Incluso, cuando terminamos la bebida, se adelantaron presurosos y nos dejaron varios metros por detrás. Yo diría que se olvidaron de nosotros. No nos importó mucho porque íbamos muy gustosos intercambiando confidencias. Nuestras esposas congeniaban y se proponía volver a juntarnos con más tiempo en un futuro. Y, mirando cómo desaparecían cuesta abajo el otro grupo, me sentí algo avergonzado de ese gesto tan irreflexivo que tuvieron para con nosotros. Una falta infantil de consideración que me llevó a confesar que: “la familia no es una cosa que se pueda elegir y cada uno tiene que apechugar con la que le ha tocado”. Vergüenza ajena que, sin mala intención, nos suelen infligir algunas veces por debilidades incontrolables e infantiles los más queridos allegados.
Llegando a la plaza los encontramos tomando mesa y, en ese momento, nuestros amigos expusieron sus prisas para volver a Puerto de Béjar. Estaban algo desorientados y, Alicia, me preguntó cómo se llegaban al coche. No tenía perdida, bastaba con seguir la calle y, en cuanto superasen la curva de ésta, ya avistarían su vehículo.
Se marcharon. Ya hubimos pedido nuestros refrescos. La plaza presentaba un grupo muy centrado en la proyección a partir del proyector hacia adelante pero, los que estábamos más atrás, no dejábamos de hablar y hablar; a la puerta del bar de Salu se vivían otras inquietudes. Vicente “chaqueta” intentaba llamar la atención de mis hermanos con jocosas e increpantes palabras. No cesaba de decirle que él no era del pueblo, de recordarle a Ángel que era del Cerro. Y mi hermano callaba y me sonreía. Pero yo me di por aludido y, con voz desenfadada, medio grité:- ¡Yo soy español- Con ánimo de gravar mi derecho a estar ahí. Nadie entró al trapo. “Chaqueta” se desplazo al cruce de la calle que entraba en la plaza delante nuestra mesa. Ricardo “ricardito” para nosotros, se paseaba sin camisa un voy vengo ante nosotros y “chaqueta” (que ya llevaba un rato sin meterse con nadie. Pero Ricardo, en su aburrimiento, le perturbó la paz con amenazas en chanza: - ¡No te metas con mi amigo Pedro que te doy dos hostias!- decía. Pero si no había abierto la boca. No parecía despertar mucho interés la película y, seguramente, porque no la seguíamos desde el principio. Sin terminar, mis acompañantes (culos de mal asiento), ya estaban proponiendo irnos a cenar a casa.