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LAGUNILLA: ¡Gracias por ese gesto! Mi madre, nadie la entendía;...

Durante mucho tiempo el abuelo estuvo pensando en comprar una casa, una casa grande donde poder acoger a toda su familia, familia numerosa que se ha ido desgajando del tronco principal y preparando su propio nido, pero el proyecto no pudo hacerse realidad.

De pronto, nos había ocurrido, nos costaba entenderlo; pero la dura realidad estaba presente. Él se dedicó a pensar y a pensar y a hablar poco; bueno, siempre había hablado poco, pero ahora menos. Fue viendo el mundo como una fotografía borrosa en blanco y negro y ante su interpretación nada era lo que parecía; el familiar más cercano era un extraño y una persona ajena era tomada como alguien muy conocido. En medio de su alucinatoria existencia ve pasar gente, gente que le quiere recordar a alguien que supuso algo importante en su pasado, pero la oscuridad se extiende por su mente y de manera incoherente expresa palabras sin congruencia ni conexión.

Siento que no recuerdes mi cara,
Siento que no sonrías como antes,
Siento que tus días a veces sean sombríos,
Siento que algunas noches tengas miedo
A pesar de que te coja de la mano,

Siento que no puedas contarle tus cuentos a tus nietos,
Siento que me mires y no me veas,
Me duele que poco a poco dejes de ser quien fuiste,
Me duele que olvides lo que un día aprendiste y me enseñaste,
Me duele solo poder hacerte compañía
Y aun así que te sientas a solas.
Me duele no verte sonreír cuando me ves,
Me duelen tantas cosas que a veces me duele el alma.
Lucho cada día por ti, por mí.

Hoy, día 21 de Septiembre, mi mayor reconocimiento "A TODOS LOS FAMILIARES DEL ALZHEIME"

¡Gracias por ese gesto! Mi madre, nadie la entendía; su mente sufría los de talles que has presentado. Ya cuando enviudó nos tocó cuidar de ella y, gracias a ese tiempo que la teníamos por casa, pudimos sufrir con ella esa demencia aún sin tratamiento efectivo. Esos gritos nocturnos de terror a limpio grito. El querer marcharse a su casa dándose a la fuga (siempre buscaba la puerta) porque eramos tan desconocidos para ella como su misma casa. Y, mirando este presente, en mi memoria recuerdo que siempre tuvo algo de esas fugas cerebrales. Tendría ella los cincuenta o poco más cumplidos cuando, desconociendo los comienzos de esta emfemedad, yo me solía cabrear por su insistencia en que comiera otra vez después de haber recomido; para ella ese suceso de verme comer, de ya haber terminado mi plato, era un pasado olvidado y tan distraido que, en su ímpetu por que yo comiera, me hastiaba tanto que hoy sufro por aquellas veces que me enojaba y arremetía contra ella en un tedio tan irritante. Si hubiese sabido entonces que esta enfermedad es asi... Cuanto cariño y paciencia no se me habría perdido. Ya, los últimos años que le quedaban de vida, no reconocía a nadie. Pero sabía responder al gesto de cariño que percibía a través del contacto de nuestras manos. Tener sus manos entre las mías le gustaba.

El alzheimer es una enfermedad que precisa de nuestra paciencia infinita y, sobre todo, de mucho cariño y amor hacia las personas que la padecen.