
EDITAR UN LIBRO
En los encuentros que hoy puedo tener con el ayer de antaño, con aquella época de calzones remendados; dejo viajar la mente sobre los suelos empedrados, las rampas de tierra y los repechos empinados. Heces de burros, vacas y toda la fauna que ya no se pasea tal lo hacían antes; delante de mi puerta siempre pasaron mulos tempraneros que partían hacia el campo. El carro de mi padre salía rumbo a las pólvoras una primavera y, a mí, me llevaba montado. Un camino muy estrecho seguía cuesta abajo. Las riveras de piedra, los matojos verdes y floreados; dejan que mire La fontanita tan clara y fresca en el itinerario. Bajo los tallos enmarañados del sendero respiran las violetas y campanillas, es un paseo muy perfumado. En la memoria llevo los surcos y a mi padre tras el arado. El agua deslizándose por un laberinto caprichoso que el azadón cerraba o abría a su paso. Una jornada muy extensa para el zahorí “Cachapo”. Allá, en un rincón de la finca, junto al camino que va a Hornacinos; crece un socavón tremendo y oscuro, metros que él ha calculado. Un pozo, quizás el primero de los que vi un día ya muy lejano; es tan seca ahí la tierra que tiene mucho trabajo. Llegar hasta el agua subterránea rompe heridas, se despellejan las manos.
En los encuentros que hoy puedo tener con el ayer de antaño, con aquella época de calzones remendados; dejo viajar la mente sobre los suelos empedrados, las rampas de tierra y los repechos empinados. Heces de burros, vacas y toda la fauna que ya no se pasea tal lo hacían antes; delante de mi puerta siempre pasaron mulos tempraneros que partían hacia el campo. El carro de mi padre salía rumbo a las pólvoras una primavera y, a mí, me llevaba montado. Un camino muy estrecho seguía cuesta abajo. Las riveras de piedra, los matojos verdes y floreados; dejan que mire La fontanita tan clara y fresca en el itinerario. Bajo los tallos enmarañados del sendero respiran las violetas y campanillas, es un paseo muy perfumado. En la memoria llevo los surcos y a mi padre tras el arado. El agua deslizándose por un laberinto caprichoso que el azadón cerraba o abría a su paso. Una jornada muy extensa para el zahorí “Cachapo”. Allá, en un rincón de la finca, junto al camino que va a Hornacinos; crece un socavón tremendo y oscuro, metros que él ha calculado. Un pozo, quizás el primero de los que vi un día ya muy lejano; es tan seca ahí la tierra que tiene mucho trabajo. Llegar hasta el agua subterránea rompe heridas, se despellejan las manos.