EDITAR UN LIBRO
La llegada a Navarra, a ese pueblo conocido como Burlada, dio origen a mi educación escolar. Era la primera vez que aprendía a leer en la cartilla Anaya, en la que disfrutaba viendo dibujos que marcaban el icono de las letras: Uvas para la “U”, elefante para la “E”; sonidos que me embriagaban. Luego los números, canciones infantiles; refranes que me acompañaron hasta la mitad de mi adolescencia. Excursiones de fin de curso a San Sebastián. Ahí, en esas salidas anuales al mar, conocí el concepto que tenían mis maestras sobre mí. Sobre todo por aquella vez que le encargaron a mi hermana Felisa que no me quitara el ojo de encima. Le advirtieron que yo era muy travieso. Pero me zafaba fácil de ella y, lo que nunca lograba, es pasar desapercibido de ninguno de aquellos maestros de los más adultos que, en más de una ocasión, me tiraban de las orejas.
Aunque no os lo parezca por este perfil que os he facilitado, yo era bastante buen estudiante; todo cambió cuando cumplí los doce años y, mis compañeros, algunos de ellos que no les caía bien; se dedicaron a darme guerra y me volvieron pendenciero. Entonces mis notas bajaron hasta perder el interés de entrar al colegio.
La llegada a Navarra, a ese pueblo conocido como Burlada, dio origen a mi educación escolar. Era la primera vez que aprendía a leer en la cartilla Anaya, en la que disfrutaba viendo dibujos que marcaban el icono de las letras: Uvas para la “U”, elefante para la “E”; sonidos que me embriagaban. Luego los números, canciones infantiles; refranes que me acompañaron hasta la mitad de mi adolescencia. Excursiones de fin de curso a San Sebastián. Ahí, en esas salidas anuales al mar, conocí el concepto que tenían mis maestras sobre mí. Sobre todo por aquella vez que le encargaron a mi hermana Felisa que no me quitara el ojo de encima. Le advirtieron que yo era muy travieso. Pero me zafaba fácil de ella y, lo que nunca lograba, es pasar desapercibido de ninguno de aquellos maestros de los más adultos que, en más de una ocasión, me tiraban de las orejas.
Aunque no os lo parezca por este perfil que os he facilitado, yo era bastante buen estudiante; todo cambió cuando cumplí los doce años y, mis compañeros, algunos de ellos que no les caía bien; se dedicaron a darme guerra y me volvieron pendenciero. Entonces mis notas bajaron hasta perder el interés de entrar al colegio.