EDITAR UN LIBRO
La vida de nuestras gentes fuera de Lagunilla era bastante más diferente, se seguía madrugando; pero los oficios eran otros. Algunos de mis hermanos mayores, por su falta de conocimientos, sólo encontraron labores de construcción; peones que llevaban carretillas de arena y cementos a otros más duchos en levantar paredes y cuadrar viviendas. Los hermanos que se acercaban más a mi edad: Isidro, Rafaela o Felisa seguíamos estudiando pero era un fin banal. Ninguno llegaría a cursar estudios superiores. Nos faltaba el estímulo y el ambiente propicio para profundizar en esos objetivos tan lejanos para el bolsillo de un padre cuyo sueldo no dejaba márgenes para una carrera universitaria. No obstante la comida nunca faltó en la mesa. Mi madre administraba todo el dinero que llegaba a casa. Algunos salarios no eran muy allá va, sobre todo el que traíamos los benjamines de la casa cuando comenzamos a trabajar de aprendices. Isidro, ya con trece años, repartía los encargos del ultramarinos que teníamos a pie de casa; Felisa, con más o menos la misma edad, metía unas horas en algunas casas limpiando y cuidando niños. Aún recuerdo aquella vez que le acompañé y me sacó para desayunar una colección de instantáneos cacaos y cereales. Un almuerzo la mar de goloso para lo que estábamos acostumbrados.
En el transcurso del año 1974, aún seguía yo en la escuela, apenas cumplí los catorce años me sacaron de ella; mis notas no albergaban futuro para seguir perdiendo el tiempo gastando en libros. Así pues… una mañana me levanté con mi hermano Manuel para ir a trabajar en una fábrica de embutidos. Allí mataban cerdos y se despedazaban vacas viejas. Mi hermano era oficial en una sala de deshuese y solicitó que yo fuese su aprendiz. Así comencé, cuchillo en mano, los albores de lo que hoy son mis conocimientos profesionales. No estuve mucho con mi hermano. Un día se hizo huelga y nos corrió la guardia civil campo a través. Yo alucinaba, no llevaba tres meses trabajando y ya empezaba a tener conflictos laborales. Durante la huelga le llamaron a mi hermano a la oficina y, cuando salió, me despidió; me mandó para casa y me dijo que yo ya no tenía trabajo. Luego, comiendo en casa, le explicó a mis padres que le amenazaron con despedirme si él no retornaba a su puesto de trabajo y abandonaba la huelga.
La vida de nuestras gentes fuera de Lagunilla era bastante más diferente, se seguía madrugando; pero los oficios eran otros. Algunos de mis hermanos mayores, por su falta de conocimientos, sólo encontraron labores de construcción; peones que llevaban carretillas de arena y cementos a otros más duchos en levantar paredes y cuadrar viviendas. Los hermanos que se acercaban más a mi edad: Isidro, Rafaela o Felisa seguíamos estudiando pero era un fin banal. Ninguno llegaría a cursar estudios superiores. Nos faltaba el estímulo y el ambiente propicio para profundizar en esos objetivos tan lejanos para el bolsillo de un padre cuyo sueldo no dejaba márgenes para una carrera universitaria. No obstante la comida nunca faltó en la mesa. Mi madre administraba todo el dinero que llegaba a casa. Algunos salarios no eran muy allá va, sobre todo el que traíamos los benjamines de la casa cuando comenzamos a trabajar de aprendices. Isidro, ya con trece años, repartía los encargos del ultramarinos que teníamos a pie de casa; Felisa, con más o menos la misma edad, metía unas horas en algunas casas limpiando y cuidando niños. Aún recuerdo aquella vez que le acompañé y me sacó para desayunar una colección de instantáneos cacaos y cereales. Un almuerzo la mar de goloso para lo que estábamos acostumbrados.
En el transcurso del año 1974, aún seguía yo en la escuela, apenas cumplí los catorce años me sacaron de ella; mis notas no albergaban futuro para seguir perdiendo el tiempo gastando en libros. Así pues… una mañana me levanté con mi hermano Manuel para ir a trabajar en una fábrica de embutidos. Allí mataban cerdos y se despedazaban vacas viejas. Mi hermano era oficial en una sala de deshuese y solicitó que yo fuese su aprendiz. Así comencé, cuchillo en mano, los albores de lo que hoy son mis conocimientos profesionales. No estuve mucho con mi hermano. Un día se hizo huelga y nos corrió la guardia civil campo a través. Yo alucinaba, no llevaba tres meses trabajando y ya empezaba a tener conflictos laborales. Durante la huelga le llamaron a mi hermano a la oficina y, cuando salió, me despidió; me mandó para casa y me dijo que yo ya no tenía trabajo. Luego, comiendo en casa, le explicó a mis padres que le amenazaron con despedirme si él no retornaba a su puesto de trabajo y abandonaba la huelga.